Blog del ciudadano Javier Sánchez

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Elecciones y regiones

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Aunque es un lugar común criticar el exacerbado centralismo que caracteriza a nuestro país, y que está lejos de disminuir, la verdad es que en la cotidianeidad pareciera que en las regiones terminamos aceptando, con más o menos resignación ciudadana, esta realidad que decimos rechazar.

Ahí están la televisión y la prensa para mantenernos informados acerca de los problemas del Metro y del Transantiago, de los tacos en el entorno del Costanera Center, de la delincuencia en zonas mediáticamente estigmatizadas de la Región Metropolitana, de las tomas en los liceos emblemáticos de la capital y hasta sobre la última noticia relacionada con la farándula que mayoritariamente transcurre en la capital, con la única excepción del Festival de Viña del Mar.

Pero hay que ser justos, a veces los diarios y los canales también hablan de lo que sucede en regiones: cuando las visita el Presidente o un ministro, cuando la U o Colo-Colo viajan a jugar fuera de Santiago o cuando hay algún accidente, incendio forestal o terremoto o para dar a conocer algún hecho delictivo de alta connotación social. En todo caso parte importante de las noticias de provincia las concentra el Congreso, en Valparaíso, pero más por obligación que por opción.

Es curioso que los medios de comunicación tradicionales prefieran incluso dedicar muchos minutos para mostrarnos los que sucede en otros países y hasta exhibir el último video de moda en internet, antes que brindar el espacio que sin duda merecen las comunas  y regiones donde vive la mayoría de los chilenos.

Las elecciones municipales no son una excepción a este hábito que quiere convencernos de que todo lo que sucede en Santiago, aunque sea lo mismo que ocurre en otras regiones, es más importante. Así, en materia electoral debemos ver como se dedica tiempo y espacio mediático para contarnos hasta el último detalle de lo que sucede en las  campañas en las comunas de Santiago, Providencia, Ñuñoa, Recoleta, Puente Alto y algunas otras.

De acuerdo a los datos del Servel, a enero de este año, en Santiago había 245.515 electores, cifra inferior a la que en la misma época registraban Viña del Mar y Valparaíso con 286.500 y 285.575 electores, respectivamente. El número de votantes capitalinos apenas supera a los de Antofagasta que llegaban en ese momento a 239.213 y se colocaba  apenas por encima de otras capitales regionales como Temuco con 216.780 electores y Concepción con 201.736 ciudadanos. Otras capitales como Puerto Montt, con un padrón de 158.748 votantes quedaba un poco más atrás.

¿Qué se requiere para que este fenómeno de concentración centralizada del poder político y comunicacional se rompa y las regiones puedan también ser parte de la realidad visible de lo que sucede a diario? Sin duda la concentración de los medios televisivos, radiales y escritos en pocas manos no ayuda demasiado a ese objetivo.

Pero sin duda parte importante de este relegamiento político y mediático de lo que ocurre en regiones también pasa por la forma que tiene el país de organizarse. Regiones con mayores y verdaderos espacios de autonomía, intendentes elegidos democráticamente y la posibilidad de que los fondos regionales provenientes del presupuesto dejen de ser una “caja chica” para ministerios como el MOP, Educación, Vivienda o Salud y puedan ser decididos de la forma más participativa posible en las propias regiones, claramente ayudarían a configurar un cuadro distinto al actual, donde siempre la única posibilidad para arreglar problemas de fondo o tomar decisiones claves es viajar a Santiago a entrevistarse con algún ministro o el propio Presidente de turno.

Otro camino tiene que ver con modificar el cómo se mira el país desde Santiago y las políticas públicas que surgen de los gobiernos. La actual administración aprobó a fines de 2010 la denominada Política Nacional de Localidades Aisladas, que busca focalizar recursos públicos y promover inversiones públicas y privadas en dichas zonas. El Subsecretario de Desarrollo Regional, Miguel Flores, ha dicho al respecto que una “política territorial cambia la forma de hacer las cosasen función de la diversidad territorial de nuestras regiones”.

Sin embargo, el subsecretario no dice que esta política pública de zonas aisladas se seguirá desarrollando en el marco de otra que se ha venido aplicando desde hace casi tres décadas, conocida como de “zonas extremas”, concepto que busca sintetizar a las localidades aisladas y a las comunidades residentes en los territorios ubicados más al norte y más al sur de Chile, aún cuando las características de esos territorios no sean similares.

Claramente la citada “diversidad territorial de las regiones” no es ahora, así como tampoco lo ha sido antes, un elemento central en las definiciones políticas nacionales, de ningún tipo. De hecho parte importante de la construcción del Estado chileno los dos últimos siglos ha tenido un especial énfasis en querer homologar el carácter unitario del Estado con una supuesta homogeneidad que ciertamente no existe, ni territorial, ni culturalmente.

Por eso, aunque sería una idea bastante impopular para cualquier gobierno cambiar la política de zonas extremas, por todos los beneficios que potencialmente representan para comunas y regiones, cobra cierto sentido aquella parte del informe del Banco Mundial del 2005, titulado “Chile. Políticas de Excepción en Zonas Extremas. Una Evaluación de Costos e Impactos y Lineamientos de Reforma”, que recomienda reemplazar el concepto de «zona extrema» por el de «zona estratégica», y aplicarlo a todas las regiones país, recomendando además introducir pues el nivel de pobreza regional como indicador de necesidad, lo que llevaría a una distribución regional de recursos muy diferente a la vigente, “ya que las actuales Zonas Extremas están lejos de ser las regiones más carentes”.

Por cierto, nada de esto es suficiente si la recurrentemente citada diversidad no pasa a formar parte concreta de las políticas públicas en todos los ámbitos y si, por cierto, la mayoría de los chilenos que vive en regiones no hace nada para ayudar a que eso cambie.

Written by ciudadanojaviersanchez

diciembre 1, 2012 at 17:44

El momento de la diversidad ciudadana

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Cuando ya llevamos un año de un gobierno de derecha que gana rápidamente terreno en la desaprobación pública, que se hace especialmente visible en las redes, es necesario reconocer que la oposición dividida aún entre lo que queda de la Concertación y todo el resto del espectro hacia la izquierda y el aparentemente creciente espectro autodefinido como liberal, tampoco ha estado a la altura.

Como ya es tradición los partidos han invertido parte importante de este tiempo en tratar de reorganizarse internamente, viviendo procesos electorales de renovación de directivas y de asumir -en el caso de la Concertación- el shock que significó la salida del gobierno. Sin embargo, quizás ablandados por el terremoto, el rescate de los mineros y la falta de ideas, la oposición concertacionista en especial, ha tendido más al acuerdo que al debate y a la evidenciación de las diferencias con la pomposamente autodefinida “nueva forma de gobernar”.

Por eso no llama la atención que ante esa inercia política sin propuestas y con más colaboracionismo que oposición, los ciudadanos expresen en la vida cotidiana y a través de las redes en internet su molestia con la clase política, especialmente con una oposición incapaz de articular y convocar, entre otras razones, porque se ha empecinado en mantener el mismo esquema político que llevó a la derecha a La Moneda.

Es llamativa la aparente ingenuidad de quienes siguen sosteniendo como “el” camino un eventual retorno de Bachelet antes del 2013 para convertirse en la “única” carta presidencial que pueda derrotar a la derecha en los próximos comicios. Quienes ven esta única “salida” parecen haber olvidado con rapidez lo que pasó con Frei, pese a que es indudable que la derecha no pesa el 51% que obtuvo Piñera.

El problema sigue siendo, que la mayoría de los partidos continúa viendo la política sólo reducida a campañas, encuestas y elecciones, olvidando que una de las claves de la derrota de Frei fue la falta de propuestas creíbles de parte de la Concertación, tras 20 años de administración del modelo, que como suele decirse, señalizaba a la izquierda, pero siempre terminaba doblando a la derecha.

A ello, por cierto, hay que agregar la distancia creciente de los partidos con la gente común, sus intereses y problemas que se sigue manteniendo y profundizando.

Los partidos, en general, han hecho una lectura errónea, y han asumido que para parecer una “oposición constructiva”, al más puro estilo de Boeninger y Viera-Gallo, había que llegar a acuerdos y protocolos con la derecha, tanto o más que cuando gobernaba la Concertación. Ahí están los triunfos finalmente anotados para el actual gobierno en materia de royalty, educación y presupuesto, sólo por citar algunos casos.

Y peor aún, los partidos mantienen intacta su visión de claustro, que había involucionado desde fines de los 80 hasta ahora, y que se traduce en creer que la mejor forma de sobrevivir es rigidizar aún más sus ya añejas estructuras y disciplinas partidarias, al parecer sin percibir que lo que la gente demanda es amplitud, unidad, y sobre todo pluralidad y diversidad para ejercer una oposición verdadera y para reintentar nuevos caminos, no para repetir lo que se rechazó en las elecciones presidenciales pasadas.

Los más “visionarios” asumen esta diversidad como la posibilidad de llegar a acuerdos electorales entre distintos partidos, bloques o sectores para enfrentar las próximas elecciones municipales y las siguientes presidenciales, con la extraña idea de que un “éxito” en esta materia se traducirá en la vuelta de la Concertación, tal cual lo conocimos y la conocemos, a La Moneda.

Claramente la gente está lejos de compartir esa visión tan autoreferente.

Lo que se requiere es romper con este empecinamiento en hacer exactamente lo contrario de lo que los ciudadanos perciben como necesario, manteniendo intacta la mirada paternalista y despectiva hacia la sabiduría y voluntad popular. Al parecer, la influencia de operadores electorales y tecnócratas, además de los intereses que muchos opositores tienen hace rato en el modelo económico que se critica de la boca hacia fuera, sigue gozando de buena salud.

El 2011 debiera ser un año clave para tratar de torcer esta suerte de destino inevitable que se busca imponer y hacer creer a la sociedad chilena. Aún es posible y absolutamente necesario hacer los cambios que permitan que Chile avance hacia condiciones políticas e institucionales efectivamente democráticas y hacia condiciones económicas y sociales verdaderamente más justas y no sólo un poco más “humanizadas” con algunas generosas concesiones redistributivas y transferencias asistencialistas.

La historia de Chile, la real, no la que se enseña en los libros oficiales, se ha construido sobre la base de la diversidad que somos: diversidad regional, cultural, religiosa, étnica, social y territorial que permite asumir que no es lo mismo vivir en Arica que en Magallanes o en Talca, pero que pese a eso, podemos construir juntos el país que todos necesitamos.

Requerimos que esa lógica de respeto a la diversidad y la diferencia se instale en la política opositora. Porque la mayoría de los chilenos es y se siente parte de esa diversidad, distinta de la homogeneidad religiosa, económica y educacional que algunos fuerzan en sus ghettos físicos, mentales e ideológicos.

El punto hoy no es si estamos un poco más al centro o más a la izquierda, porque no siquiera tenemos un programa de futuro que discutir hoy. No importa si estamos más o menos de acuerdo con el aborto o el matrimonio entre parejas del mismo sexo: para hacer una verdadera y fructífera oposición a la derecha y la consolidación de su modelo, tras las dos décadas de legitimación concertacionista, no requerimos de debates “valóricos” como les gusta a algunos decir.

Lo que necesitamos para no tener gobiernos de derecha por un largo rato, es unidad de acción y, sobre todo, escuchar mucho a la gente, porque el tiempo de los partidos está quedando atrás. Hoy es tiempo de construir juntos desde nuestras diferencias, es el momento de la diversidad ciudadana.

 

Written by ciudadanojaviersanchez

marzo 6, 2011 at 17:20

Abrirse a la sociedad y su diversidad o morir

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Y finalmente se realizaron las elecciones internas en el PS. Tras varias postergaciones y la demora del TS en entregar los resultados, que igual cuesta encontrarlos en el sitio web del PS, finalmente 20.909 militantes socialistas, de un padrón 5 veces mayor, eligieron a sus miembros del Comité Central. Entre los “presidenciables” Andrade obtuvo 4.864 votos, Elizalde 2.156, Rossi 1.800 y Díaz 1.600, es decir 10.420 votos o la mitad de los que votaron.

Para los que tuvieron que hacer la pega del acarreo seguramente estas cifras son un verdadero éxito. Ya con lograr más de los 13 mil electores del PPD era un triunfo. Pese a eso nadie dice que son menos votos que la última elección.

Y aunque algunos se molestaron con mis bromas en twitter, como “Los 80 mil que no votaron quieren saber a quienes eligieron los otros 20 mil” o mis comparaciones respecto a las votaciones que obtuvieron los candidatos ancla en sus respectivos feudos, comparándolos con los concejales menos votados, sigo creyendo que es necesario hacer una lectura más profunda de esto resultados.

Porque justamente muchos, quizás la mayoría de quienes no votaron, son quienes más años de militancia efectiva y verdadera tienen, quienes son más críticos al estancamiento político-social-electoral del PS de las últimas décadas y quienes más experiencia o formación política exhiben.

Esto que ocurre en el PS y en el PPD y que sin muchas diferencias se repetirá en el PDC, es un síntoma del estado actual del sistema político chilensis atravesado por el sistema binominal, un sistema de gobierno presidencialista y la desidia intelectual y orgánica de los partidos, devenidos en agrupaciones de lotes de poder.

Tras esta nueva muestra de ausencia total de autocrítica por parte de los partidos de la Concertación que se resisten a ser oposición, sólo queda esperar seguir cuesta abajo en la rodada hasta tocar el fondo, que cada vez parece estar más cerca. Así, nadie debiera llamarse a sorpresa cuando en algunos años los chilenos terminen eligiendo un presidente del tipo Abdalá Bucaram o un Color de Mello, o decenas de parlamentarios del tipo Marcela Sabat que terminen por destruir el actual ordenamiento que la Constitución pinochetista no permite (y muchos no quieren) cambiar.

Y aunque es cierto que el binominal y la Constitución antidemocrática que tenemos están en la base de las explicaciones de este proceso político terminal, el voto voluntario que la mayoría de los partidos está por aprobar será el tiro de gracia a este sistema porque, como ya lo han señalado hasta el cansancio los especialistas, será socialmente elitista, urbanamente concentrado y viejo. O sea tendremos en la sociedad repetida esta anemia de participación democrática que desde hace rato venimos viendo en los partidos.

¿Qué hacer entonces?. Posibilidades de respuesta seguramente hay muchas desde muchas ópticas distintas. Yo prefiero quedarme con un sencilla y nada creativa: mirar experiencias como las del Frente Amplio del Uruguay que lejos de la coalición monolítica en la que se quiere transformar la Concertación, se autodefine en su propio reglamento interno como “una entidad política autónoma, distinta y diferenciada de las fuerzas que la integran”. Es decir se puede estar en el FA y no pensar igual que los otros, sin el riesgo que te expulsen o te califiquen de díscolo como ocurre en Chile. Cada partido conserva y cultiva su historia e identidad, valores y principios, con el norte común de alcanzar una patria más justa. Qué más simple que eso.

Pero la gracia está en que temprana y quizás hasta instintivamente el Frente Amplio entendió que no podía desarrollarse sobre la base de acuerdos entre partidos: se necesitaba a la sociedad expresada en su orgánica. Así hoy el FA agrupa a los partidos tradicionales pero también a otros actores sociales, culturales y temáticos de la sociedad uruguaya.

Por cierto, también tienen un secreto para que todo esto resulte: en lugar de crear normas rígidas y disciplinarias como las que pretendió impulsar la Concertación, por ejemplo, incorporando en la ley de partidos políticos la “orden de partido”, en el FA existe consenso en que lo que los fortalece es el debate intenso, amplio, abierto, con respeto pero sincero, con y de cara a la gente. La discusión de la ley de aborto es un ejemplo de ello.

Renovarse no tiene que ver con usar las nuevas tecnologías, renunciar a ideas, identidades e historias o recurrir a las manidas caras nuevas (aunque muchas de ellas tengan ideas conservadoras). Renovarse tiene que ver con la forma en que hacemos las cosas. Y aunque para algunos suene retrógrado, creo que un buen texto para reflexionar y discutir este punto es uno de la mítica Marta Harnecker titulado “Ideas para la lucha”, donde dice que la clave es “respetar las diferencias y flexibilizar la militancia”, que no es otra cosa que hacerse cargo de la nueva realidad social y política de Chile y el mundo, donde los partidos no son ni ocupan el lugar de antaño.

Creo que da lo mismo quien gobierne los partidos si al final los esfuerzos orgánicos se diluyen tras las elecciones y terminan siendo sólo comparsa de un sistema que los denosta y desprecia y que, como si fuera poco, viene instalando con éxito esa idea en la sociedad hace 37 años.

Hay que abrirse a la sociedad y su diversidad, o morir.

Written by ciudadanojaviersanchez

julio 31, 2010 at 17:52

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