Blog del ciudadano Javier Sánchez

"Lo mejor del mundo es la cantidad de mundos que contiene", E. Galeano

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Desarrollo Social: el horizonte permanente

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Ella está en el horizonte.

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.

¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar

Eduardo Galeano

Por Javier Sánchez

Entre la década de los ’30 y la de los ’60 nuestro país vivió, con todos sus matices, lo que por entonces se conoció como la fase económica de “sustitución de importaciones”, que se centraba en lo que se denominaba el “desarrollo hacia adentro” que combinado con lo que otros denominan “la escuela cepalina” o el “modelo cepaliano”, tenía como principal expresión al menos en nuestro país, un fuerte impulso industrializador y manufacturero.

Sin embargo, pese a tan amplio período lo anterior nunca llegó a cristalizar en un modelo económico y social único o estable, tanto debido al fuerte atraso educacional de parte importante de la población, como a modelos laborales y de explotación, particularmente de la tierra, muy antiguos e ineficientes, basados en la centralidad de la relación patrón-mano de obra poco calificada.

A ello por cierto hay que agregarle el componente político que atravesaba constantemente el debate nacional, expresando las miradas de una sociedad electoralmente dividida en tres tercios y marcada por los ecos de la Guerra Fría, lo que agudizaba con la intervención norteamericana en el continente por un lado, y por el otro por la creciente influencia que ejercían movimientos revolucionarios que impulsaban cambios radicales a las relaciones sociales y productivas existentes.

Más tarde, sin embargo, todo este debate quedó reducido a cero, tras la brutal interrupción democrática y la imposición de un modelo económico ultra liberal, implementado en Chile por los denominados Chicago Boys, cuya fórmula para alcanzar el deseado y esquivo desarrollo era generar todas las condiciones para que la “mano invisible” anunciada por Adam Smith operara libremente, sobre la base de la relación básica entre oferta y demanda.

Hoy, el concepto de desarrollo, presente en todos los programas presidenciales desde los ‘90 a la fecha tiene como parámetros y criterios de medición y de comparación el ingreso per capita, los resultados de la balanza comercial, el valor de nuestras exportaciones, especialmente el cobre, y sobre todo los manidos equilibrios macroeconómicos, la inflación, el precio del dólar y las tasas de interés. Es decir, lo que hoy tenemos es una visión del desarrollo más bien economicista y comercial: somos más desarrollados si vendemos más como país y compramos más como consumidores.

Sin embargo desde hace bastante tiempo, también viene desplegándose una mirada paralela sobre el desarrollo, como entenderlo, promoverlo y medirlo: el denominado Desarrollo a Escala Humana, que tiene como piedra fundacional el libro del mismo nombre publicado en 1986 por Max Neef, Elizalde y Hopenhayn, que proponía la “generación de niveles crecientes de autodependencia y la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, los procesos globales con los comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la sociedad civil con el Estado[1].

Esta visión, que también ha ido mutando y evolucionando a la par que el modelo chileno ha terminado consolidándose como neoliberal, ha acentuando su preocupación por la explotación de los recursos naturales, por la mantención de un modelo exportador con poco valor agregado y baja capacitación, pero sobre todo por la desnaturalización de la cohesión social que un modelo basado en la concentración y en la competencia individual instala. La sociedad ha terminado siendo, como dice Halpern, un espacio donde “los nuevos ciudadanos tienden a agruparse en torno a pequeñas tribus y el consumo es una de las herramientas más poderosas de cohesión colectiva[2].

Sin embargo, lo que hace más compleja la mirada actual sobre el desarrollo existente y el deseable tiene que ver con los contextos y la construcción de imaginarios colectivos que desde la política, la educación y los medios de comunicación buscan reproducirse. Porque aunque la promesa del desarrollo va de la mano con la de mejor calidad de vida y empleo, lo que finalmente termina sucediendo tiene que ver con lo que dice Beck, cuando señala que “el crecimiento económico ya no es más condición necesaria para disminuir la desocupación, sino que por el contrario supone como condición la eliminación de puestos de trabajo. Se trata de un capitalismo sin trabajo…”[3].

Y si ya es grave que aunque la mayoría de la gente homologue y sinonimice desarrollo a crecimiento económico, a empleo y mejor calidad de vida, es mucho más delicado y complejo aún que se fomente un individualismo que siembra la ilusión de que la persona sola puede “autosustentarse” en el mercado, que no necesita de los otros, que no requiere organizarse ni interactuar con sus pares. Este modelo de individuo aislado, que se disfraza de competitivo, emprendedor e innovador olvida intencionalmente que es “al interior de las relaciones sociales donde la vida individual adquiere sentido[4].

Sin embargo, este modelo de desarrollo que aún tenemos, logra ocultar esta archipielaguización de la sociedad detrás de lo que Santa Cruz describe como el proceso de identificación que se ha tratado de construir entre la competitividad económica de Chile en los mercados mundiales y la “confirmación simbólica, que se busca un tanto frenética y estridentemente en el tenis y en el fútbol, de ser un país capaz de pararse de igual a igual frente a cualquier otro[5]. Adicionalmente y para reforzar lo anterior desde una supuesta diferenciación se ha construido un discurso que “instala una visión de chilenidad esencial que permanece inmutable por sobre el tiempo y la historia y que, simbólicamente se encarna en costumbres, bailes, música, vestimentas, etc., que remiten al mundo de la hacienda del Valle Central, concebida como la matriz fundacional. Es el mundo del huaso y la china, de la cueca, el rodeo y la empanada, etc., como expresiones de una chilenidad pura, no contaminada por rasgos culturales universalistas[6].

Es decir que el neoliberalismo se disfraza de nacionalista buscando mantener una unidad ficticia para evitar que sea evidente la erosión que produce al sentido y a la identidad nacional, pues desarrollarse “hacia fuera” significa “externalizarse y dar la espalda a las obras, pensamientos, culturas y fuerzas que constituyeron los pilares fundamentales de las naciones modernas, significa especialmente abandonar los esfuerzos de inclusión y progreso que se anidaron en su seno en los siglos XIX y XX. Significa, en el fondo, apostar a dejar la periferia para entrar al imperio sin rostro propio ni soberanía. La lógica neoliberal deja a los países sin alma ni nación[7].

De esta forma lo que tenemos entonces es una compleja trama de elementos y factores que no siguen situando en la indefinición de lo que entendemos colectivamente como desarrollo, pues lo que tenemos es un modelo dominante con miradas y discursos disidentes que no logran articularse y deben seguir aceptando el sometimiento a la dictadura de las cifras y los equilibrios macroeconómicos, por sobre un desarrollo integral, integrador, por sobre todo a partir de las amplias necesidades humanas y no sólo de la definición de un modelo productivo o comercial.

¿Cómo afecta esta situación a quienes nos situamos frente a este escenario desde la vereda de las minorías, de la mirada alternativa, con el énfasis en las personas y no en las cosas, en el ser y no en el tener? ¿Qué podemos hacer quienes seguimos creyendo que es posible una alternativa a este capitalismo que hoy enfrentamos y que frente a la dictadura de la falta de ideas que anida en los sectores tradicionalmente contestatarios desde la contracultura hoy favorece la “creencia errónea de que lo mejor que podemos esperar es un matrimonio entre la flexibilidad económica al estilo estadounidense y la protección social al estilo europeo, dentro del reducido espectro reopciones institucionales disponibles hoy en el mundo[8]?

La respuesta no es para nada fácil, sin embargo se puede decir que siguiendo con el análisis de Mangabeira que la fórmula no va por el lado de volver a un estándar “bastardeado” de realismo que es la cercanía a lo existente, pues “según este estándar, una propuesta (de cambio) es realista en tanto permanece cercana a la manera en que la sociedad está organizada hoy[9], cuando lo que hay que hacer, para empezar, es seguir rebelándose contra ese destino.

Esto es algo que muchas veces debemos enfrentar desde nuestro trabajo cuando sentimos que estamos siendo funcionales a la reproducción de un modelo que no nos gusta y que empieza a absorber a nuestros hijos y a nuestras familias. Esto es lo que potencia sin duda una parte de la explicación de la violencia social creciente debido a la incapacidad de canalizar esa frustración que nace de la impotencia individual y colectiva de ver como ese desarrollo que “todos” generamos, nos excluye y nos margina de sus beneficios, que se expresan de manera diferenciada en los ingresos y en las posibilidades reales de acceso a educación, salud, vivienda y consumo. Un desarrollo que para algunos es sólo la posibilidad de esperar el anunciado “chorreo” del que venimos escuchando desde Büchi hasta Dittborn[10], y mientras tanto sobrevivir endeudándose y aceptando condiciones de trabajo indecentes.

Peor aún, si seguimos en esta lógica economicista que supone la desigualdad como un factor normal para el “desarrollo”, lo que tenemos entonces es un tipo de desarrollo nacional que olvida su rol en la construcción del país y en el fortalecimiento y profundización de su democracia. Ese desarrollo, para algunos, construido a costa de otros y del propio bien común o el interés nacional olvida que “la democracia es una gestión de las diferencias, realizada a partir de un sentido común acerca de las desigualdades admisibles y las desigualdades insoportables[11].

Ese ciertamente no parece ser el mejor escenario que quisiéramos esperar para un país que no alcanza su tasa de natalidad de recambio y que avanza a pasos agigantados a ser una nación de adultos mayores, pero sobre todo porque se trata de un modelo que va justamente en la dirección opuesta a la de la sustentabilidad que aunque tardía puede ayudar al planeta a sobrellevar y sobrevivir al cambio climático y al calentamiento global al que ese mismo modelo de desarrollo inmediatista lo ha llevado sistemáticamente.

De nada sirven los modelos de protección social o de derechos sociales garantizados si finalmente éstos se traducen sólo en una mejor focalización del Estado subsidiario con el fin de parchar las grietas que el modelo económico, sustentado en este tipo de desarrollo depredador y desigual, buscando contener la demanda social a punta de subsidios y bonos, sin que ello cambie el fondo del problema.

Como dijo Fidel Castro en la Cumbre de Río en 1992: «Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre«[12].


[1][1] Max Neef, M., Elizalde A., Hopenhayn, M.. “Desarrollo a Escala Humana. Una opción para el futuro”. CEPAUR-Fundación Dag Hammarskjöld. Development Dialogue. Número especial 1986.

[2] Halpern, P. “Los nuevos chilenos y la batalla por sus preferencias”. Planeta, 2002, citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[3] Beck, U. “Was zur Wahl steht”. Frankfurt am Main: Suhrkamp, 2005, citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[4] Adorno, T. Sociologische Exkurse. Hamburg: Institut fûr Sozialforschung. 1991. Citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[5] Santa Cruz, E. “La promesa del desarrollo cercano”. Debate Público Nº4, Centro de Investigaciones Sociales Universidad ARCIS, 2000.

[6] Santa Cruz, E. Op. Cit.

[7] Rojas, J. Op. Cit.

[8] Mangabeira, R. “La alternativa de la izquierda”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.

[9] Mangabeira, R. Op. Cit.

[10] Dittborn, J. “Delincuencia y Chorreo”, en http://blog.latercera.com/blog/jdittborn/entry/delincuencia_y_chorreo

[11] PNUD, Gobierno de Chile. “La globalización exige un nuevo contrato social”. Temas de Desarrollo Sustentable Nº4, 2000.

[12] Castro, F. Conferencia pronunciada en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, efectuada en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de junio de 1992.

Sobreviviendo

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De acuerdo al informe “Living Planet” que de forma bianual entrega la WWF (World Wide Foundation), si persiste el actual modelo de consumo de recursos naturales y energéticos, el año 2050, es decir en sólo 44 años más, se requerirán para satisfacer las necesidades de la humanidad, los recursos equivalentes a dos planetas Tierra. Por cierto esta no es una novedad para quienes están medianamente informados, y quizás por lo mismo no llamó mucho la atención que se le dedicará sólo un breve espacio en la prensa para comentarlo.

De hecho, pareciera que cuando se habla de cosas tan de fondo, como la supervivencia del mundo, la actitud que más prima es la de pensar que eso se refiere a otro planeta, distinto al que ocupamos. Es como cuando se habla de millones de niños muriendo de hambre o de millones de adultos que cada día mueren de sida u otras enfermedades, para las cuales paradojalmente, existe remedio, estuviéramos hablando de otro mundo a este que conocemos, desde el ombligo de nuestro nacionalismo, ejemplificado en la negativa de la derecha chilena de aprobar el aporte de cinco millones de dólares anuales para apoyar esas luchas humanitarias.

De acuerdo al informe de la WWF, las poblaciones de especies animales, desde peces a mamíferos, han descendido un tercio entre 1970 y 2003, en gran parte debido a amenazas humanas como la contaminación, la deforestación y la sobrepesca. Es decir, consumimos recursos más rápido de lo que la Tierra puede reponerlos, como dijo el director general de WWF, James Leape. Curiosamente, y pese a la indiferencia que esta noticia produce en nuestro país, son estas mismas tres amenazas las que pueden llegar a convertir a Chile, en un plazo menor a esos 44 años, en una nación con serios problemas medioambientales.

El diagnóstico es lapidario: los países menos desarrollados afectan al medio ambiente en menor grado que los llamados países desarrollados. Sin embargo, en la medida que se van ”desarrollando”, que muchas veces sólo es un sinónimo de “consumen más”, su impacto sobre el planeta también va aumentando. Este sólo dato echa por tierra la falacia del neoliberalismo de que “todos podemos llegar ser desarrollados”, porque si eso fuera así, las riquezas naturales durarían aún menos. Por eso los países que más consumen necesitan que haya otros que consuman menos. Como dice Galeano en su libro “Las venas abiertas de América Latina”, el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo, es su consecuencia.

En esta misma línea de análisis, es cada vez más preocupante el crecimiento y desarrollo que vayan teniendo países como China o la India, con casi un cuarto de la población mundial, porque eso significará que otras muchas naciones, especialmente del continente africano, terminarán siendo condenadas de por vida a la pobreza, el hambre y las pandemias. Está demás decir que si China o la India llegaran a tener un grado de consumo como el de Estados Unidos este planeta pasaría rápidamente a ser un lugar insostenible, ambientalmente hablando.

Para enfrentar esta situación la WWF propone algo muy simple: cambiar el estilo de vida de la humanidad, especialmente de aquellas que consume sin límites, lo que equivale a la fórmula del FMI para no tener deuda externa: pagar. En sus recomendaciones el informe también es claro y directo: para evitar la catástrofe todo el mundo tendría que reducir el uso de combustibles fósiles y mejorar la gestión de los sistemas productivos, desde la agricultura a la pesca. Por cierto, esta propuesta está apuntada tanto a los países como a cada casa del planeta.

La WWF también entrega cifras sobre la “huella ecológica”, mecanismo de medición del impacto que la forma de vida de cada persona o cada país produce en el medio natural. Sobre esto, las cifras que entrega muestran que esta huella era, el 2003 un 25% mayor que la capacidad anual del planeta para proporcionar recursos, desde comida a energía, incluido el reciclaje de todos los residuos. En el informe anterior, realizado en 2001, ese índice era de un 21%. La ‘huella ecológica’ se triplicó entre 1961 y 2003. O sea, la gente convierte recursos en residuos a una velocidad mayor a la que la naturaleza puede volver a convertir los residuos en recursos.

Esta situación de alarma que expone el estudio, tiene que ver con uno de los mayores problemas de la humanidad: el incremento de la población mundial, que ha pasado de los 3.000 millones de 1960 a los 6.500 actuales. La ONU prevé que en 2050 la población excederá los 9.000 millones.

El informe incluye en la ‘lista negra’ de países con alto consumo per cápita de energía y recursos a los Emiratos Arabes Unidos, EEUU, Finlandia, Canadá, Kuwait, Australia, Estonia, Suecia, Nueva Zelanda y Noruega. La lista verde la integra sólo Cuba, país que la WWF considera como “el único país del mundo que presenta un desarrollo sostenible”.

Siempre las malas noticias parecen lejanas, pero la política del avestruz es, especialmente en este caso, la menos recomendable. Si no hacemos nada, además de legarle a nuestros hijos sólo los restos del planeta que recibimos, la humanidad terminará como la canción de Víctor Heredia: sobreviviendo.

Written by ciudadanojaviersanchez

enero 25, 2009 at 23:20