Blog del ciudadano Javier Sánchez

"Lo mejor del mundo es la cantidad de mundos que contiene", E. Galeano

Archive for May 2011

¡Chile, la mano dura ya viene!

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En medio de los abucheos, manifestaciones e interrupciones de la cuenta presidencial del 21 de mayo, por más esfuerzo de censura televisiva, palos blancos aplaudiendo y un jefe de Estado casi gritando su discurso, Sebastián Piñera dijo dos frases que deberíamos tener en cuenta: “los violentistas nunca van a tener la última palabra” y “la pérdida de respeto debilita la democracia”.

Sobre la primera de ellas decir que especialmente en estos últimos días y semanas, pero en un tono que se ha ido asentando a lo largo del primer año de gobierno de la derecha, aquello de calificar (o más bien intentar descalificar) cualquier atisbo de crítica activa expresada a través de la movilización y protesta como de “violentista”, es un versión actualizada de los “extremistas” y “terroristas” con que Pinochet calificaba a cualquiera que no fuera partidario suyo.

Ser violentista equivale por ejemplo a ejercer el nacionalmente burocratizado derecho ciudadano a manifestarse y protestar. Ser violentista es romper ese concepto de “orden” tan propio de los gobiernos autoritarios, que con suma desfachatez en Chile busca equipararse a Estado de Derecho.

Por eso, el gobierno actual pero, digámoslo, también los anteriores, usaron del miedo y de los medios de comunicación para buscar mantener ese orden, que es el orden de los satisfechos que no entienden ese afán de tantos por salir a marchar y protestar, cuando todo está tan bien, cuando el gobierno está haciendo todo lo posible, cuando la economía está creciendo, cuando se han generado tantos empleos, cuando entramos a la OCDE y estamos a punto, a punto, de ser desarrollados.

Hoy, al igual que hace diez, veinte o treinta años, vemos que la televisión y los diarios sólo muestran y se centran, hasta la majadería, en la agresión al carabinero, pero no en la multitud de chilenos que se expresan frente a un tema de fondo, como la construcción de cinco megarepresas que destruirán la Patagonia para siempre. Vemos que sólo se habla de detenciones, heridos, lesionados, gases lacrimógenos, guanacos y zorrillos, de manera de que aquellos que todavía titubean ante la posibilidad de salir a la calle, prefieran resguardarse en la seguridad de sus casas, aunque estén de acuerdo con la justeza de esas causas.

Allí también están los casos del joven paquistaní, de las decenas de presos políticos mapuches y del artificioso “caso bombas” para que la ciudadanía internalice el mensaje: los que levantan la voz, los que reclaman contra injusticias y los que se rebelan contra el sistema terminan mal, terminan presos, terminan siendo terroristas por obra y gracia de esa ley que les dejó de regalo la dictadura y que nadie ha dejado de usar.

Es nuevamente el uso del miedo como forma de control social.

La segunda frase para el bronce dicha por el mandatario en medio de su cuenta también da para sacar conclusiones varias. La primera es tratar de entender a qué se refiere cuando se refiera a la “pérdida de respeto”, ¿también a las manifestaciones?. Pareciera que no, para eso hay represión creciente a la mano y con ellos no hay diálogo ni respeto, sólo miedo y cárcel. ¿Se referirá entonces a la clase política en general?. Pareciera que por ahí sí es posible hallar más respuestas, porque ese llamado al respeto, es una apelación a los iguales, que en este caso busca servir de ayuda memoria especialmente para esa parte de la oposición siempre más dada a los “acuerdos nacionales” que han practicado una y otra vez y a los que Piñera también se refirió en su discurso.

Quizás quiera recordarles que este sistema con todas sus imperfecciones de las que ahora algunos devenidos en opositores se quejan, es un modelo compartido, creado e impuesto por la dictadura, pero que en lo esencial se mantuvo bien administrado por los gobiernos de las dos últimas décadas. El llamado del mandatario es a reeditar la lógica de la famosa y nefasta “política de los acuerdos”, que sólo ha servido para mediatizar las demandas sociales, para postergar los cambios necesarios, manteniendo esta democracia “en la medida de lo posible” que vivimos desde hace más de 20 años.

En todo caso, lo claro es que lo que subyace a esta frase presidencial es la reedición del viejo y usado argumento de la posibilidad de regresión dictatorial. O respetamos “esta” democracia o podemos volver atrás. Nuevamente los milicos levantados como amenaza cuando surge el miedo a protagonismo ciudadano. Otra vez la apelación al miedo internalizado en la vida de muchos chilenos.

Por eso, ahora, cuando la ciudadanía y especialmente los más jóvenes parecen haber descubierto nuevamente la necesidad y maravillosa sensación democrática de expresarse junto a otros, rompiendo los individualismos que el sistema busca inocularnos en la televisión, en la escuela, desde el Estado de tantas formas, es cuando más claridad debemos tener para no caer en el juego de siempre y ceder ante los cantos de sirena que buscarán atomizarlos y desarticularlos, para que no pasen de ser una anécdota, el margen de error que permite el sistema, el “orden”.

En un país donde la política está reducida a encuestas y elecciones, donde los partidos ya están desatados por los comicios municipales que ocurrirán casi en un año y medio más y cuando quieren convencernos que serán algunos nuevos rostros o nombres, o el carisma de liderazgos repetidos los que nos permitan superar este bochornoso gobierno de ejecutivos y religiosos, la verdad es que debemos hacer un esfuerzo por apelar a la sabiduría de la gente, de sus sueños, sus demandas, sus molestias y sus proyectos para no seguir en este camino que, voto voluntario incluido intencionalmente, sólo nos conduce a la sociedad de la apatía donde cada vez serán menos los que decidirán.

Ojalá seamos capaces de estar a la altura de la historia que nos toca vivir y no tengamos que seguir cuesta abajo en la rodada democrática, hasta tocar de verdad fondo. Ojalá seamos capaces de articularnos social y electrónicamente para exigir no sólo Patagonia sin Represas o un verdadero postnatal de seis meses, sino también un sistema político y económico más justo y efectivamente equitativo y por cierto una Constitución democrática.

En todo caso, mientras dure este gobierno, ya quedó claro el mensaje: ¡Chile, la mano dura ya viene!

Written by ciudadanojaviersanchez

May 22, 2011 at 19:24

Los niños, pese a todo, son la esperanza del futuro

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Cuando a veces se siente que las luchas no tienen efectos y que no hay esperanzas para el futuro, hay que ver videos como éste…

Written by ciudadanojaviersanchez

May 20, 2011 at 18:15

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Desarrollo Social: el horizonte permanente

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Ella está en el horizonte.

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.

¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar

Eduardo Galeano

Por Javier Sánchez

Entre la década de los ’30 y la de los ’60 nuestro país vivió, con todos sus matices, lo que por entonces se conoció como la fase económica de “sustitución de importaciones”, que se centraba en lo que se denominaba el “desarrollo hacia adentro” que combinado con lo que otros denominan “la escuela cepalina” o el “modelo cepaliano”, tenía como principal expresión al menos en nuestro país, un fuerte impulso industrializador y manufacturero.

Sin embargo, pese a tan amplio período lo anterior nunca llegó a cristalizar en un modelo económico y social único o estable, tanto debido al fuerte atraso educacional de parte importante de la población, como a modelos laborales y de explotación, particularmente de la tierra, muy antiguos e ineficientes, basados en la centralidad de la relación patrón-mano de obra poco calificada.

A ello por cierto hay que agregarle el componente político que atravesaba constantemente el debate nacional, expresando las miradas de una sociedad electoralmente dividida en tres tercios y marcada por los ecos de la Guerra Fría, lo que agudizaba con la intervención norteamericana en el continente por un lado, y por el otro por la creciente influencia que ejercían movimientos revolucionarios que impulsaban cambios radicales a las relaciones sociales y productivas existentes.

Más tarde, sin embargo, todo este debate quedó reducido a cero, tras la brutal interrupción democrática y la imposición de un modelo económico ultra liberal, implementado en Chile por los denominados Chicago Boys, cuya fórmula para alcanzar el deseado y esquivo desarrollo era generar todas las condiciones para que la “mano invisible” anunciada por Adam Smith operara libremente, sobre la base de la relación básica entre oferta y demanda.

Hoy, el concepto de desarrollo, presente en todos los programas presidenciales desde los ‘90 a la fecha tiene como parámetros y criterios de medición y de comparación el ingreso per capita, los resultados de la balanza comercial, el valor de nuestras exportaciones, especialmente el cobre, y sobre todo los manidos equilibrios macroeconómicos, la inflación, el precio del dólar y las tasas de interés. Es decir, lo que hoy tenemos es una visión del desarrollo más bien economicista y comercial: somos más desarrollados si vendemos más como país y compramos más como consumidores.

Sin embargo desde hace bastante tiempo, también viene desplegándose una mirada paralela sobre el desarrollo, como entenderlo, promoverlo y medirlo: el denominado Desarrollo a Escala Humana, que tiene como piedra fundacional el libro del mismo nombre publicado en 1986 por Max Neef, Elizalde y Hopenhayn, que proponía la “generación de niveles crecientes de autodependencia y la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, los procesos globales con los comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la sociedad civil con el Estado[1].

Esta visión, que también ha ido mutando y evolucionando a la par que el modelo chileno ha terminado consolidándose como neoliberal, ha acentuando su preocupación por la explotación de los recursos naturales, por la mantención de un modelo exportador con poco valor agregado y baja capacitación, pero sobre todo por la desnaturalización de la cohesión social que un modelo basado en la concentración y en la competencia individual instala. La sociedad ha terminado siendo, como dice Halpern, un espacio donde “los nuevos ciudadanos tienden a agruparse en torno a pequeñas tribus y el consumo es una de las herramientas más poderosas de cohesión colectiva[2].

Sin embargo, lo que hace más compleja la mirada actual sobre el desarrollo existente y el deseable tiene que ver con los contextos y la construcción de imaginarios colectivos que desde la política, la educación y los medios de comunicación buscan reproducirse. Porque aunque la promesa del desarrollo va de la mano con la de mejor calidad de vida y empleo, lo que finalmente termina sucediendo tiene que ver con lo que dice Beck, cuando señala que “el crecimiento económico ya no es más condición necesaria para disminuir la desocupación, sino que por el contrario supone como condición la eliminación de puestos de trabajo. Se trata de un capitalismo sin trabajo…”[3].

Y si ya es grave que aunque la mayoría de la gente homologue y sinonimice desarrollo a crecimiento económico, a empleo y mejor calidad de vida, es mucho más delicado y complejo aún que se fomente un individualismo que siembra la ilusión de que la persona sola puede “autosustentarse” en el mercado, que no necesita de los otros, que no requiere organizarse ni interactuar con sus pares. Este modelo de individuo aislado, que se disfraza de competitivo, emprendedor e innovador olvida intencionalmente que es “al interior de las relaciones sociales donde la vida individual adquiere sentido[4].

Sin embargo, este modelo de desarrollo que aún tenemos, logra ocultar esta archipielaguización de la sociedad detrás de lo que Santa Cruz describe como el proceso de identificación que se ha tratado de construir entre la competitividad económica de Chile en los mercados mundiales y la “confirmación simbólica, que se busca un tanto frenética y estridentemente en el tenis y en el fútbol, de ser un país capaz de pararse de igual a igual frente a cualquier otro[5]. Adicionalmente y para reforzar lo anterior desde una supuesta diferenciación se ha construido un discurso que “instala una visión de chilenidad esencial que permanece inmutable por sobre el tiempo y la historia y que, simbólicamente se encarna en costumbres, bailes, música, vestimentas, etc., que remiten al mundo de la hacienda del Valle Central, concebida como la matriz fundacional. Es el mundo del huaso y la china, de la cueca, el rodeo y la empanada, etc., como expresiones de una chilenidad pura, no contaminada por rasgos culturales universalistas[6].

Es decir que el neoliberalismo se disfraza de nacionalista buscando mantener una unidad ficticia para evitar que sea evidente la erosión que produce al sentido y a la identidad nacional, pues desarrollarse “hacia fuera” significa “externalizarse y dar la espalda a las obras, pensamientos, culturas y fuerzas que constituyeron los pilares fundamentales de las naciones modernas, significa especialmente abandonar los esfuerzos de inclusión y progreso que se anidaron en su seno en los siglos XIX y XX. Significa, en el fondo, apostar a dejar la periferia para entrar al imperio sin rostro propio ni soberanía. La lógica neoliberal deja a los países sin alma ni nación[7].

De esta forma lo que tenemos entonces es una compleja trama de elementos y factores que no siguen situando en la indefinición de lo que entendemos colectivamente como desarrollo, pues lo que tenemos es un modelo dominante con miradas y discursos disidentes que no logran articularse y deben seguir aceptando el sometimiento a la dictadura de las cifras y los equilibrios macroeconómicos, por sobre un desarrollo integral, integrador, por sobre todo a partir de las amplias necesidades humanas y no sólo de la definición de un modelo productivo o comercial.

¿Cómo afecta esta situación a quienes nos situamos frente a este escenario desde la vereda de las minorías, de la mirada alternativa, con el énfasis en las personas y no en las cosas, en el ser y no en el tener? ¿Qué podemos hacer quienes seguimos creyendo que es posible una alternativa a este capitalismo que hoy enfrentamos y que frente a la dictadura de la falta de ideas que anida en los sectores tradicionalmente contestatarios desde la contracultura hoy favorece la “creencia errónea de que lo mejor que podemos esperar es un matrimonio entre la flexibilidad económica al estilo estadounidense y la protección social al estilo europeo, dentro del reducido espectro reopciones institucionales disponibles hoy en el mundo[8]?

La respuesta no es para nada fácil, sin embargo se puede decir que siguiendo con el análisis de Mangabeira que la fórmula no va por el lado de volver a un estándar “bastardeado” de realismo que es la cercanía a lo existente, pues “según este estándar, una propuesta (de cambio) es realista en tanto permanece cercana a la manera en que la sociedad está organizada hoy[9], cuando lo que hay que hacer, para empezar, es seguir rebelándose contra ese destino.

Esto es algo que muchas veces debemos enfrentar desde nuestro trabajo cuando sentimos que estamos siendo funcionales a la reproducción de un modelo que no nos gusta y que empieza a absorber a nuestros hijos y a nuestras familias. Esto es lo que potencia sin duda una parte de la explicación de la violencia social creciente debido a la incapacidad de canalizar esa frustración que nace de la impotencia individual y colectiva de ver como ese desarrollo que “todos” generamos, nos excluye y nos margina de sus beneficios, que se expresan de manera diferenciada en los ingresos y en las posibilidades reales de acceso a educación, salud, vivienda y consumo. Un desarrollo que para algunos es sólo la posibilidad de esperar el anunciado “chorreo” del que venimos escuchando desde Büchi hasta Dittborn[10], y mientras tanto sobrevivir endeudándose y aceptando condiciones de trabajo indecentes.

Peor aún, si seguimos en esta lógica economicista que supone la desigualdad como un factor normal para el “desarrollo”, lo que tenemos entonces es un tipo de desarrollo nacional que olvida su rol en la construcción del país y en el fortalecimiento y profundización de su democracia. Ese desarrollo, para algunos, construido a costa de otros y del propio bien común o el interés nacional olvida que “la democracia es una gestión de las diferencias, realizada a partir de un sentido común acerca de las desigualdades admisibles y las desigualdades insoportables[11].

Ese ciertamente no parece ser el mejor escenario que quisiéramos esperar para un país que no alcanza su tasa de natalidad de recambio y que avanza a pasos agigantados a ser una nación de adultos mayores, pero sobre todo porque se trata de un modelo que va justamente en la dirección opuesta a la de la sustentabilidad que aunque tardía puede ayudar al planeta a sobrellevar y sobrevivir al cambio climático y al calentamiento global al que ese mismo modelo de desarrollo inmediatista lo ha llevado sistemáticamente.

De nada sirven los modelos de protección social o de derechos sociales garantizados si finalmente éstos se traducen sólo en una mejor focalización del Estado subsidiario con el fin de parchar las grietas que el modelo económico, sustentado en este tipo de desarrollo depredador y desigual, buscando contener la demanda social a punta de subsidios y bonos, sin que ello cambie el fondo del problema.

Como dijo Fidel Castro en la Cumbre de Río en 1992: «Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre«[12].


[1][1] Max Neef, M., Elizalde A., Hopenhayn, M.. “Desarrollo a Escala Humana. Una opción para el futuro”. CEPAUR-Fundación Dag Hammarskjöld. Development Dialogue. Número especial 1986.

[2] Halpern, P. “Los nuevos chilenos y la batalla por sus preferencias”. Planeta, 2002, citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[3] Beck, U. “Was zur Wahl steht”. Frankfurt am Main: Suhrkamp, 2005, citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[4] Adorno, T. Sociologische Exkurse. Hamburg: Institut fûr Sozialforschung. 1991. Citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[5] Santa Cruz, E. “La promesa del desarrollo cercano”. Debate Público Nº4, Centro de Investigaciones Sociales Universidad ARCIS, 2000.

[6] Santa Cruz, E. Op. Cit.

[7] Rojas, J. Op. Cit.

[8] Mangabeira, R. “La alternativa de la izquierda”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.

[9] Mangabeira, R. Op. Cit.

[10] Dittborn, J. “Delincuencia y Chorreo”, en http://blog.latercera.com/blog/jdittborn/entry/delincuencia_y_chorreo

[11] PNUD, Gobierno de Chile. “La globalización exige un nuevo contrato social”. Temas de Desarrollo Sustentable Nº4, 2000.

[12] Castro, F. Conferencia pronunciada en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, efectuada en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de junio de 1992.