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¡Chile, la mano dura ya viene!
En medio de los abucheos, manifestaciones e interrupciones de la cuenta presidencial del 21 de mayo, por más esfuerzo de censura televisiva, palos blancos aplaudiendo y un jefe de Estado casi gritando su discurso, Sebastián Piñera dijo dos frases que deberíamos tener en cuenta: “los violentistas nunca van a tener la última palabra” y “la pérdida de respeto debilita la democracia”.
Sobre la primera de ellas decir que especialmente en estos últimos días y semanas, pero en un tono que se ha ido asentando a lo largo del primer año de gobierno de la derecha, aquello de calificar (o más bien intentar descalificar) cualquier atisbo de crítica activa expresada a través de la movilización y protesta como de “violentista”, es un versión actualizada de los “extremistas” y “terroristas” con que Pinochet calificaba a cualquiera que no fuera partidario suyo.
Ser violentista equivale por ejemplo a ejercer el nacionalmente burocratizado derecho ciudadano a manifestarse y protestar. Ser violentista es romper ese concepto de “orden” tan propio de los gobiernos autoritarios, que con suma desfachatez en Chile busca equipararse a Estado de Derecho.
Por eso, el gobierno actual pero, digámoslo, también los anteriores, usaron del miedo y de los medios de comunicación para buscar mantener ese orden, que es el orden de los satisfechos que no entienden ese afán de tantos por salir a marchar y protestar, cuando todo está tan bien, cuando el gobierno está haciendo todo lo posible, cuando la economía está creciendo, cuando se han generado tantos empleos, cuando entramos a la OCDE y estamos a punto, a punto, de ser desarrollados.
Hoy, al igual que hace diez, veinte o treinta años, vemos que la televisión y los diarios sólo muestran y se centran, hasta la majadería, en la agresión al carabinero, pero no en la multitud de chilenos que se expresan frente a un tema de fondo, como la construcción de cinco megarepresas que destruirán la Patagonia para siempre. Vemos que sólo se habla de detenciones, heridos, lesionados, gases lacrimógenos, guanacos y zorrillos, de manera de que aquellos que todavía titubean ante la posibilidad de salir a la calle, prefieran resguardarse en la seguridad de sus casas, aunque estén de acuerdo con la justeza de esas causas.
Allí también están los casos del joven paquistaní, de las decenas de presos políticos mapuches y del artificioso “caso bombas” para que la ciudadanía internalice el mensaje: los que levantan la voz, los que reclaman contra injusticias y los que se rebelan contra el sistema terminan mal, terminan presos, terminan siendo terroristas por obra y gracia de esa ley que les dejó de regalo la dictadura y que nadie ha dejado de usar.
Es nuevamente el uso del miedo como forma de control social.
La segunda frase para el bronce dicha por el mandatario en medio de su cuenta también da para sacar conclusiones varias. La primera es tratar de entender a qué se refiere cuando se refiera a la “pérdida de respeto”, ¿también a las manifestaciones?. Pareciera que no, para eso hay represión creciente a la mano y con ellos no hay diálogo ni respeto, sólo miedo y cárcel. ¿Se referirá entonces a la clase política en general?. Pareciera que por ahí sí es posible hallar más respuestas, porque ese llamado al respeto, es una apelación a los iguales, que en este caso busca servir de ayuda memoria especialmente para esa parte de la oposición siempre más dada a los “acuerdos nacionales” que han practicado una y otra vez y a los que Piñera también se refirió en su discurso.
Quizás quiera recordarles que este sistema con todas sus imperfecciones de las que ahora algunos devenidos en opositores se quejan, es un modelo compartido, creado e impuesto por la dictadura, pero que en lo esencial se mantuvo bien administrado por los gobiernos de las dos últimas décadas. El llamado del mandatario es a reeditar la lógica de la famosa y nefasta “política de los acuerdos”, que sólo ha servido para mediatizar las demandas sociales, para postergar los cambios necesarios, manteniendo esta democracia “en la medida de lo posible” que vivimos desde hace más de 20 años.
En todo caso, lo claro es que lo que subyace a esta frase presidencial es la reedición del viejo y usado argumento de la posibilidad de regresión dictatorial. O respetamos “esta” democracia o podemos volver atrás. Nuevamente los milicos levantados como amenaza cuando surge el miedo a protagonismo ciudadano. Otra vez la apelación al miedo internalizado en la vida de muchos chilenos.
Por eso, ahora, cuando la ciudadanía y especialmente los más jóvenes parecen haber descubierto nuevamente la necesidad y maravillosa sensación democrática de expresarse junto a otros, rompiendo los individualismos que el sistema busca inocularnos en la televisión, en la escuela, desde el Estado de tantas formas, es cuando más claridad debemos tener para no caer en el juego de siempre y ceder ante los cantos de sirena que buscarán atomizarlos y desarticularlos, para que no pasen de ser una anécdota, el margen de error que permite el sistema, el “orden”.
En un país donde la política está reducida a encuestas y elecciones, donde los partidos ya están desatados por los comicios municipales que ocurrirán casi en un año y medio más y cuando quieren convencernos que serán algunos nuevos rostros o nombres, o el carisma de liderazgos repetidos los que nos permitan superar este bochornoso gobierno de ejecutivos y religiosos, la verdad es que debemos hacer un esfuerzo por apelar a la sabiduría de la gente, de sus sueños, sus demandas, sus molestias y sus proyectos para no seguir en este camino que, voto voluntario incluido intencionalmente, sólo nos conduce a la sociedad de la apatía donde cada vez serán menos los que decidirán.
Ojalá seamos capaces de estar a la altura de la historia que nos toca vivir y no tengamos que seguir cuesta abajo en la rodada democrática, hasta tocar de verdad fondo. Ojalá seamos capaces de articularnos social y electrónicamente para exigir no sólo Patagonia sin Represas o un verdadero postnatal de seis meses, sino también un sistema político y económico más justo y efectivamente equitativo y por cierto una Constitución democrática.
En todo caso, mientras dure este gobierno, ya quedó claro el mensaje: ¡Chile, la mano dura ya viene!
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Cuando a veces se siente que las luchas no tienen efectos y que no hay esperanzas para el futuro, hay que ver videos como éste…