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Torturadores: Convivir con lo peor de la dictadura
Para algunos de aquellos que reducen la democracia al acto electoral de elección de autoridades, dictadura es una palabra que ya les incomoda un poco y se auto-reafirman diciendo que lo importante es mirar hacia el futuro dejando, como es obvio, atrás el pasado. Además, dicen como para convencerse ellos mismos, Pinochet murió y con él se fue toda aquella etapa oscura de nuestra historia.
Sin embargo, días atrás, cuando nada se decía en los medios (excepto en El Ciudadano) sobre la re-identificación de Ricardo Pincheira Núñez (Máximo), 28 años; Enrique Paris Roa, médico y asesor de la presidencia, 40 años; Óscar Avilés Cofré, GAP, 28 años, Manuel Castro Zamorano (Víctor) GAP, 23 años; Jaime Sotelo Ojeda (Carlos) GAP, 33 años; Luis Rodríguez Riquelme (Mauricio), GAP, 26 años, todos detenidos en La Moneda el día del golpe, y que desde septiembre pasado descansan en el Memorial al Detenido Desaparecido, escuché una entrevista que le hicieron al actor y director de teatro Alejandro Goic en Radio Cooperativa.
Goic, hablando de varios de sus proyectos artísticos en ejecución, ligados a la temática de la tortura, junto con recordar un encuentro que tuvo en un banco con un ex agente que lo torturó en una ocasión que estuvo detenido debido a su entonces condición de dirigente del PS, dijo “es necesario tocar estos temas. Sobre todo a las nuevas generaciones, que no conocen, porque quienes participaron y quienes fueron cómplices directos o indirectos siguen vivos», agregando que “muchos de ellos son personas con las cuales convivimos. Es bueno saber con quien uno convive, con claridad».
Y aunque la reflexión de Goic para quienes somos de izquierda resulta demasiado obvia, le verdad es que como sociedad hemos dejado atrás este tema con demasiada rapidez. Ya escribía alguna vez Julio Cortázar lo fuerte que representa el saber que quienes ayer torturaban, asesinaban, desaparecían hoy caminan por las mismas calles que nosotros lo hacemos, van a los mismos cines y cafés, pasean a sus hijos o nietos en los mismos parques que nosotros lo hacemos, pueden ir sentados al lado nuestro en el bus o compran en la misma feria o supermercado.
¿Esto nos importa… nos sigue importando?
Para algunos, y sin siquiera ánimo de criticar, este ya no es tema no porque no les parezca un tema importante, sino simplemente porque la vida se los ha llevado por delante y su única prioridad hoy es poder ganarse la vida para pagar las cuentas. Para otros es un tema que a lo mejor se pierde detrás de la coyuntura y de la lógica electorera que hoy anima la política. Pero para muchos otros, afanados en no perder la memoria (sobre todo ahora que habrá menos clases de Historia) es un tema que no puede olvidarse ni menos dejarse pasar.
Como nos gustaría que así como a quienes viven endeudados se les condenado al escarnio y la humillación del Dicom, hubiéramos sido capaces de construir el Dicom de los asesinos, para detectarlos cuando buscan trabajo o llegan a vivir a nuestro barrio o edificio. Pero no lo hicimos. Por eso, muchos de esos desgraciados que se llenaron las manos con la sangre de mujeres y hombres decentes, de trabajo, comprometidos con cambiar este sistema que hasta hoy nos sigue oprimiendo, hoy pueden caminar tranquilamente por las calles.
Al parecer, en este país de emprendedores, eso ya no importa demasiado, y lamentablemente en el pasado importó, pero tampoco demasiado. Ciertamente es importante el rescate de los lugares de tortura para preservar la memoria, pero los nombres y las caras de esos torturadores, en su mayoría, no podremos conocerlas nunca.
Seguramente nunca podremos saber con certeza los nombres y apellidos de quienes torturaron y asesinaron a Víctor Jara, quienes torturaron y mataron a los combatientes de La Moneda, nunca sabremos quienes fueron los desgraciados que se mancharon con la sangre limpia de Carlos Lorca y los compañeros de la Dirección Clandestina del PS, de los compañeros encontrados en las fosas de Pisagua, de los compañeros que descansan como NN en el patio 29, de los compañeros que fueron dinamitados en Calama y Chuquicamata, o de tanto compañero y compañera torturados y asesinados en los campos.
Lamentablemente tendremos que seguirnos conformando con expiar todos nuestros odios en nombres y rostros como los del Mamo Contreras, Espinoza, Romo, Gordon, Krasnoff, Moren Brito, Herrera Jiménez, Laureani, Zapata, Barriga, Wenderoth, Estay, Cevallos, Trujillo y tantos otros que se repiten en decenas de casos de muertes, desapariciones y torturas.
Claramente esta es una más de las debilidades de la democracia que se construye en Chile, ya bastante imperfecta por la Constitución antidemocrática sobre la que se sustenta.
Está claro que la derecha ya no habla de amnistía ni de leyes de punto final, que en los hechos fueron aceptadas. Hoy habla el lenguaje del consenso y del acuerdo para que nada cambie. Y para asegurarse de que eso funcione como lo imagina, se toma la educación, buscando terminar con lo que queda de pública en ella, privatizarla, y con el reciente anuncio de Lavín, reducir la historia, que aunque ya parcial, de repente puede entusiasmar a las nuevas generaciones con malos ejemplos de cambio y justicia social.
El problema de quienes no somos de derecha, y peor aún, somos de izquierda, ya no es una táctica o una política de alianzas para enfrentar futuras elecciones. El tema seguirá siendo, tal vez por demasiado tiempo, el tipo de país que queremos construir y con quienes, porque al menos yo, no tengo ningún interés en construir un país en conjunto con los asesinos y torturadores que se pasean por nuestras ciudades vestidos, seguramente, de buenos ciudadanos y padres de familia.
Democracia con enemigo interno
Cuando parecía que ya nada podía sorprendernos, se nos aparece una ONG, dirigida por el reverendo Roy Bourgeois, para darnos un golpe al mentón que, como ocurre cada tanto, remece la cada vez menos ejemplar transición chilena a la democracia, para informarnos que sólo desde 1996 a la fecha 1.378 chilenos, la gran mayoría de ellos miembros de las Fuerzas Armadas, han recibido instrucción en el reciclado Instituto para la Cooperación en Seguridad del Hemisferio Occidental, que no es sino otro nombre para la tristemente célebre Escuela de las Américas.
Parece increíble que cuando el muro de Berlín y la órbita soviética hace rato que ya no existen, pues la Guerra Fría fue la más recurrida coartada para desarrollar la doctrina de la seguridad nacional, los militares del continente, y de Chile, sigan siendo “entrenados” en Fort Benning, cuna de los peores dictadores, asesinos y torturadores que ha conocido la historia de nuestro continente, bajo la fórmula del enemigo interno, que hoy busca camuflarse con neologismos como narco-terrorismo y otros.
Como si fuera poco nuestro país ostenta el triste record de que en los años 1996, 1999, 2000, 2001 y 2002 fue la nación que más alumnos tuvo en ese campo militar, que fue fundado en Panamá en 1946, bajo el nombre de Centro de Adiestramiento Latinoamericano del Ejército de los EE.UU, que un par de años después se denominó Escuela de Fuerzas de Tierra de América Latina, al año siguiente Escuela del Caribe del Ejército de los EE.UU. y que en 1963 recibió el nombre que la hizo famosa por la aplicación de lo aprendido que hicieron muchos de sus “egresados” durante el apogeo de las dictaduras militares.
La Escuela de las Américas, donde fueron adoctrinados los miembros de la junta golpista chilena, fue trasladada en 1984 a Georgia, y desde el 2001 adoptó su nueva denominación. Destacados ex alumnos nacionales de este centro son asesinos como Álvaro Corbalán, Miguel Krassnoff, Carlos Herrera Jiménez y Manuel Contreras. De hecho, según las estadísticas, uno de cada cuatro agentes de la DINA habrían pasado por ella, lo que habla a las claras del tipo de formación y pensamiento que allí se les inculca, todo ello con el beneplácito del Estado chileno. Desde 1951 la Escuela de las Américas ha recibido a más de 3.500 uniformados chilenos. Este año 122 militares cursan “estudios” en ese centro, que desde su fundación enseñó a matar y a torturar a unos 64 mil uniformados de 18 países latinoamericanos.
¿Cuál es la utilidad práctica de la formación que hoy reciben los militares chilenos en Fort Benning?, ¿cuánto le cuesta al Estado la estadía de cada uno de estos uniformados en EEUU?, ¿esta ‘formación’ tiene algo que ver con el rol que los chilenos, ingenuamente, esperan de las fuerzas armadas en democracia?, ¿siguen siendo el enemigo interno y la doctrina de la seguridad nacional los principales contenidos que reciben?, ¿quién es hoy el enemigo interno: los pobres, los que reclaman justicia o derechos, los partidos de izquierda, los pobladores, los estudiantes, o cualquiera que cuestione el modelo económico neoliberal?.
Son demasiadas preguntas que seguramente no encuentran respuesta entre las autoridades de gobierno, porque pese al intento de blanquear la Constitución pinochetista del 80, ésta sigue siendo autoritaria y sigue entregándole al poder militar el rol tutelar, para que la democracia siga siendo sólo el acto de votar cada cuatro años y no el ejercicio libre de la soberanía de un pueblo, y de esa manera tener una guardia pretoriana atenta y dispuesta, por si a alguien se le ocurre apartarse de los mandamientos del FMI o el Banco Mundial.
Seguramente, más allá de la campaña internacional y nacional que están impulsando algunas ONG’s para que los países no envíen sus efectivos a recibir el lavado de cerebro instituido hace décadas, nada se logrará, especialmente porque las fuerzas armadas, en particular en nuestro país, no están sujetas al poder político y pueden decidir libremente si los envían o no, al igual como ocurre con las compras militares y el uso de los millonarios gastos reservados que Pinochet les heredara con la ley del cobre, temas que ni siquiera pasan por el Parlamento, y por supuesto, están lejos de ser siquiera conocidos por la sociedad.
En definitiva, tras 16 años de ‘retorno a la democracia’ nos encontramos con que en ésta sigue, peligrosamente, viviendo el enemigo interno.