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Acerca de lo público, lo común y lo ajeno
Hace algunos días atrás un noticiero nocturno mostraba como gran novedad sociológica el efecto que producía entre los transeúntes el que dos muchachas, ataviadas sólo con sus bikinis, se instalaran a tomar sol en un parque de Santiago. Los efectos eran, por cierto, los esperables: mucha mirada como sin querer, algunos mirando al pasar, otros definitivamente quedándose estacionados para observar a las jóvenes que, como debía ser para que el experimento resultara, no se daban por aludidas. Se señaló que tal intervención socio-urbana se había realizado a partir de una situación similar que días antes habían generado espontáneamente unas turistas y que había ocupado el interés de algún diario farandulero.
Sin embargo, más allá de la apreciación que se tenga sobre esta algo repetida experiencia, pareciera ser que lo que se instala siempre en el debate ciudadano y medial es el uso, o derechamente la apropiación, del espacio público. Porque en un país como Chile donde todavía hay que pedir “permiso” a las autoridades políticas de turno para marchar, manifestarse o simplemente reunirse en torno a un tema o actividad, ciertamente muchos terminan sintiéndose entre incómodos, asustados y avergonzados incluso cuando son otros los que hacen uso del espacio público, que casi nunca es completamente público, pues siempre hay alguien que puede poner reglas y establecer límites cuando no prohibiciones.
Es lo que siempre sucede, por ejemplo cuando por alguna razón en alguna comuna no se retira la basura el día establecido: la basura empieza a acumularse en las esquinas, en los sitios eriazos o colapsa los contenedores, porque la gente, los vecinos no dejan de sacar “su” basura el día fijado, aún cuando sepa que el camión no pasará. Ahí es cuando “su” basura pasa a ser “la” basura, es decir una basura que ya no es mía, sino de nadie. Por cierto, esos mismos habitantes son los que luego aparecen en las pantallas clamando por una pronta solución al complejo cuadro sanitario que estas situaciones siempre generan, alegando por la aparición de vectores y por el riesgo para su familias debido a “la” basura amontonada, siempre omitiéndose el como ésta llego al espacio público compartido.
Es también, de alguna manera, lo mismo que sucede cuando lo que se levanta sobre las calles (el espacio público) ya no son bikinis o basura, sino demandas por educación o salud pública decente, de mejor calidad y gratuita para la mayoría de los chilenos: inicialmente la opinión de las personas es siempre favorable a tales reivindicaciones, pues se entiende que al decir salud o educación “pública” se está hablando de derechos (no solo servicios o prestaciones) para todos quienes lo necesiten, es decir se trata de derechos comunes. Sin embargo, las prolongaciones de muchas de las formas de movilización desplegadas para hacer llegar el mensaje a una autoridad cada vez más impermeable a tales peticiones ciudadanas, dichos planteamientos comienzan a ser considerados por algunas personas, pero especialmente por los medios de comunicación, como una forma de afectación del espacio público común, que como es de suponer también utilizan a diario aquellos que quieren “estudiar y trabajar tranquilos”.
Es decir, nuevamente lo público transmutado de propio a común, para terminar en ajeno.
Quizás uno a estas alturas ya no debiera sorprenderse de este tipo de mutaciones socio-culturales que se expresan en Chile, toda vez que para eso, entre otras cosas, los que hoy abominan de la violencia y buscan construir entelequias legales para perseguir a esos delincuentes que usan capucha y quieren subvertir el actual estado de cosas sin impregnarse del espíritu de los consensos y de los grandes acuerdos pensando siempre en el bien superior de la patria, promovieron el sangriento golpe de estado que terminó con la vida y el paradero de miles de chilenas y chilenos y refundó institucional y constitucionalmente el país.
Porque no deja de ser curioso, por decirlo en suave, que sigamos siendo seguramente el único país donde el transporte público no es público, sino privado y donde el erario nacional, es decir las platas públicas, es decir de todos nosotros, subsidia más de 60 millones de dólares mensuales para que los operadores del Transantiago y de sus hermanos menores de regiones tengan garantizados sus ingresos. Pero de política pública real en materia de transportes, nada.
Porque volviendo al tema de la educación, ésta sigue llamándose pública sólo porque está administrada en un porcentaje cada vez menor por los municipios que no son privados (aunque algunos lo parezcan), y porque al igual que en el caso del transporte es el sacrosanto estado subsidiario el que inyecta millonarios recursos por la vía de las subvenciones (en todas sus denominaciones) para garantizar no la calidad, ni la equidad, ni la dignidad de la educación que se recibe, sino para que se puedan pagar el sueldo de los profesores y las cuentas de luz y agua en los municipios, y para garantizar los modestos ingresos (en ningún caso se les ocurra usar el ofensivo concepto lucro) que se ven obligados a recibir aquellos emprendedores que son dueños de colegios subvencionados y cuyo fin es ser desinteresados colaboradores de la función educativa. Pero de política pública real en materia de educación, nada.
Este año, con seguridad, se viene con todo una “ideológica” y “politizada” discusión pública (que algunos quisieran fuera lo más privada posible) sobre el proyecto de ley de pesca que presentó el ejecutivo para reemplazar la ley de límites máximos de captura por armador que lleva las firmas de Lagos y de Rodríguez Grossi. Nuevamente se trata de recursos de todos que están en un espacio patrioteramente declarado como de todos, pero que de nuevo, en los hechos, se trata de recursos de los que usufructúan algunas pocas familias y que, como si fuera poco, ahora quieren (al igual como lo indica el proyecto del gobierno) que sus pretendidos “derechos” sean perpetuos. Es decir, ahí tenemos de nuevo mucho ruido, pero de política pública en materia pesquera, nada.
Y para qué hablar de la seguridad en las calles o “seguridad pública” porque se trata de una actividad casi expropiada por el ministerio de interior del gobierno que sea, pues es un tema que las encuestas siempre señalan como rentable socialmente, aunque al final se reduzca a la vieja fórmula de endurecer todas las leyes posibles e inventar algunas otras para que los “antisociales” terminen tras las rejas, curiosamente de cárceles privadas (o concesionadas como se les dice eufemísticamente), es decir personas que pierden su libertad por acción de leyes públicas, la seguridad pública, la fuerza pública y el ministerio público, para terminar siendo internos de penales privados. Claramente lo que sucede al interior de estos recintos, las condiciones en que viven estas personas es algo que a la opinión pública, en general, salvo que haya alguna tragedia que implique muchas muertes, no le importa demasiado.
Y valga citar también como ejemplo a la denominada “opinión pública”, que en realidad para el caso chilensis corresponde a lo que opinan y buscan instalar en la sociedad los medios de comunicación en función de sus intereses políticos y económicos más pedestres (o los que representan) y para que lo que se amparan en herramientas igualmente “neutrales” como las cada vez más abundantes encuestas de opinión, que aunque en general nunca entrevistan a más de un millar y medio de personas a nivel nacional, sus resultados terminan extrapolándose siempre a toda nuestra sociedad (aunque ello pueda ser metodológica o estadísticamente posible), haciéndolos aparecer como el verdadero sentir y pensar de los chilenos. Nuevamente lo público deja en este caso de serlo, para ser simplemente opinión particular con complejos totalizantes.
A veces da la sensación de que cuando se habla de “lo público”, del “espacio público” o de “la cosa pública” no se está hablando de espacios que por definición debieran entenderse como de todos, sino más bien como espacios que no son de nadie (o casi nadie, porque como dijimos antes, siempre hay alguna mano legal o moral que busca intervenir, condicionar o sancionar). Claramente todo un síntoma de la sociedad cada más invidualista y privatizada en que vivimos y que como casi siempre ocurre, siempre termina quejándose de los efectos que ella misma genera.
Frente Amplio: Es la hora de hacer
Nos fuimos quedando en silencio, nos fuimos acostumbrando
a aceptar lo que dijeron, nos fuimos perdiendo en el tumulto
se nos fue pegando la avaricia, y con ella también la injusticia
Schwencke y Nilo
Y hace poco más de un año muchos lamentaban la derrota del candidato Eduardo Frei a manos del empresario Sebastián Piñera. Y aún cuando al final hubo apoyos transversales buscando evitar la llegada de la derecha al gobierno, terminó por ocurrir lo que ya era previsible hace tiempo.
Y es que aunque ciertamente la mayoría no quería a la derecha en La Moneda, un número no despreciable de chilenos consideraba que la coalición gobernante por dos décadas tampoco reunía demasiados méritos para seguir en el palacio presidencial. El hastío y la decepción, sumado a la falta de propuestas creíbles y de un recambio real de liderazgos terminó por abrir paso a la legitimación de quienes hasta entonces eran sólo los herederos naturales del autoritarismo pinochetista.
Dicho de otra forma, pese a que al final en las palabras se insistió en que no daba lo mismo quien gobernara, la falta de diferenciación, en los hechos terminó por hacer estéril esa estrategia comunicacional.
Tras la instalación del nuevo gobierno, los nuevos opositores esperaban que los partidos concertacionistas hicieran un mea culpa y se abrieran a recuperar parte de lo que había sido su espíritu original. Sin embargo, tras varios de meses gastados en elecciones internas que cambiaron nombres pero no correlaciones internas ni programas, la Concertación siguió siendo más de lo mismo, esta vez fuera del gobierno.
Desde entonces la ciudadanía que se encuentra en la vereda contraria a la autodenominada nueva forma de gobernar ha sentido en carne propia el desamparo político, ante una clase dirigente que mayoritariamente sigue sólo pensando en elecciones, sin ponerle contenido a la política, manteniendo el carácter de federaciones de lotes y fracciones, y lo que es peor manteniendo esa vieja lógica de la política de los acuerdos con la derecha, aportando sin mucho pudor parte importante de sus votos a diversas iniciativas gubernamentales.
El protocolo suscrito entre la oposición concertacionista y la derecha con motivo del proyecto educacional de Lavín ha marcado un hito en esta materia. No porque exista una actitud de rechazo absoluto a la posibilidad de alcanzar acuerdos legislativos, sino porque la gente al menos espera que en temas de fondo, como la educación pública, la oposición, de la forma más unitaria posible levante un muro de contención a los afanes privatizadores que la derecha desde siempre ha tenido en este ámbito.
Sin embargo no ha sido así y han sido pocos los legisladores que votaron en contra de este acuerdo, generando entre otros efectos, la renuncia del diputado Sergio Aguiló al PS.
Para muchos hoy no existe oposición y simplemente la Concertación es a estas alturas una plataforma electoral más que política que se sustenta en los acuerdos y cuoteos de poder entre los grupos internos de cada partido y entre éstos.
Esto se ve reforzado por la ausencia de los otrora partidos populares en las poblaciones, pues siguen sin salir a las calles a retomar el contacto perdido con las bases y con el pueblo, y siguen sin construir plataformas que al menos enuncien esbozos de propuestas o programas alternativos.
Esta situación hace que la lectura de fondo sea compleja: ya no se trata sólo de la derrota a manos de una derecha que no ganaba una elección hace más de 40 años, sino de partidos que, además de no hacer ninguna autocrítica, se resisten a fijar posturas políticas claras, las que por cierto tendrían que empezar con una definición respecto del modelo político-económico vigente, que para muchos sigue siendo el mismo instalado por la dictadura, sólo que con aspectos más humanizados en el tiempo.
Ya se olvidó el álgido debate sobre la necesidad de cambiar la Constitución pinochetista por una democrática, ya no se pide el cambio del sistema electoral, no se ponen los necesarios énfasis en el fortalecimiento de una educación y una salud públicas dignas y decentes, que no sean regidas por el concepto del lucro, asumiendo que el Estado tiene un rol que jugar en ellos, sí o sí, y especialmente asumiendo que dichas actividades son deficitarias por definición y que hay que garantizarles los recursos necesarios sin convertirlas en negocio.
Ante este escenario volvemos a enfrentar la vieja dicotomía entre partidos y movimientos, pues éstos últimos son en la actualidad mucho más activos, participativos y flexibles que los primeros. Las redes en internet, la movilización temática y la horizontalidad movimientista hace que este sea un espacio mucho más cómodo para la ciudadanía.
De ahí que ha surgido espontáneamente la idea de construir un frente amplio que, como su nombre lo indica, no imponga ningún tipo de condición para participar y posibilite la recuperación del diálogo, la construcción de confianzas y de redes ciudadanas, que desarrolle opinión y movilización en torno a temas de verdadero interés popular y sea un espacio que permita relevar y reposicionar el papel que le cabe a los chilenos comunes en la definición de su propio futuro.
Este frente amplio, recién puesto en escena, que parte de principios compartidos de profundización democrática y efectiva justicia social, busca ser ese espacio de debate al que los partidos han renunciado hace rato. Un debate que no debe ser nunca entendido como traba o problema, sino como la legítima exposición de todos los puntos de vista para alcanzar posturas coincidentes que permitan avanzar.
Un frente amplio inclusivo, que hable desde las regiones y desde la diversidad territorial, cultural y étnica de un país que no puede sólo seguir mirando los equilibrios macroeconómicos como medida de desarrollo.
El desafío está lanzado, ahora es tiempo de socializar, escuchar y de ponerse de acuerdo para tener una voz común de aquellos que hoy no son escuchados. Ojalá la inercia, el consumismo, la precariedad laboral y el control social sobre la base de las deudas nos permitan romper el cerco.
Como decía el gran pensador cubano José Martí, la mejor manera de decir es hacer.