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Frente Amplio: Es la hora de hacer
Nos fuimos quedando en silencio, nos fuimos acostumbrando
a aceptar lo que dijeron, nos fuimos perdiendo en el tumulto
se nos fue pegando la avaricia, y con ella también la injusticia
Schwencke y Nilo
Y hace poco más de un año muchos lamentaban la derrota del candidato Eduardo Frei a manos del empresario Sebastián Piñera. Y aún cuando al final hubo apoyos transversales buscando evitar la llegada de la derecha al gobierno, terminó por ocurrir lo que ya era previsible hace tiempo.
Y es que aunque ciertamente la mayoría no quería a la derecha en La Moneda, un número no despreciable de chilenos consideraba que la coalición gobernante por dos décadas tampoco reunía demasiados méritos para seguir en el palacio presidencial. El hastío y la decepción, sumado a la falta de propuestas creíbles y de un recambio real de liderazgos terminó por abrir paso a la legitimación de quienes hasta entonces eran sólo los herederos naturales del autoritarismo pinochetista.
Dicho de otra forma, pese a que al final en las palabras se insistió en que no daba lo mismo quien gobernara, la falta de diferenciación, en los hechos terminó por hacer estéril esa estrategia comunicacional.
Tras la instalación del nuevo gobierno, los nuevos opositores esperaban que los partidos concertacionistas hicieran un mea culpa y se abrieran a recuperar parte de lo que había sido su espíritu original. Sin embargo, tras varios de meses gastados en elecciones internas que cambiaron nombres pero no correlaciones internas ni programas, la Concertación siguió siendo más de lo mismo, esta vez fuera del gobierno.
Desde entonces la ciudadanía que se encuentra en la vereda contraria a la autodenominada nueva forma de gobernar ha sentido en carne propia el desamparo político, ante una clase dirigente que mayoritariamente sigue sólo pensando en elecciones, sin ponerle contenido a la política, manteniendo el carácter de federaciones de lotes y fracciones, y lo que es peor manteniendo esa vieja lógica de la política de los acuerdos con la derecha, aportando sin mucho pudor parte importante de sus votos a diversas iniciativas gubernamentales.
El protocolo suscrito entre la oposición concertacionista y la derecha con motivo del proyecto educacional de Lavín ha marcado un hito en esta materia. No porque exista una actitud de rechazo absoluto a la posibilidad de alcanzar acuerdos legislativos, sino porque la gente al menos espera que en temas de fondo, como la educación pública, la oposición, de la forma más unitaria posible levante un muro de contención a los afanes privatizadores que la derecha desde siempre ha tenido en este ámbito.
Sin embargo no ha sido así y han sido pocos los legisladores que votaron en contra de este acuerdo, generando entre otros efectos, la renuncia del diputado Sergio Aguiló al PS.
Para muchos hoy no existe oposición y simplemente la Concertación es a estas alturas una plataforma electoral más que política que se sustenta en los acuerdos y cuoteos de poder entre los grupos internos de cada partido y entre éstos.
Esto se ve reforzado por la ausencia de los otrora partidos populares en las poblaciones, pues siguen sin salir a las calles a retomar el contacto perdido con las bases y con el pueblo, y siguen sin construir plataformas que al menos enuncien esbozos de propuestas o programas alternativos.
Esta situación hace que la lectura de fondo sea compleja: ya no se trata sólo de la derrota a manos de una derecha que no ganaba una elección hace más de 40 años, sino de partidos que, además de no hacer ninguna autocrítica, se resisten a fijar posturas políticas claras, las que por cierto tendrían que empezar con una definición respecto del modelo político-económico vigente, que para muchos sigue siendo el mismo instalado por la dictadura, sólo que con aspectos más humanizados en el tiempo.
Ya se olvidó el álgido debate sobre la necesidad de cambiar la Constitución pinochetista por una democrática, ya no se pide el cambio del sistema electoral, no se ponen los necesarios énfasis en el fortalecimiento de una educación y una salud públicas dignas y decentes, que no sean regidas por el concepto del lucro, asumiendo que el Estado tiene un rol que jugar en ellos, sí o sí, y especialmente asumiendo que dichas actividades son deficitarias por definición y que hay que garantizarles los recursos necesarios sin convertirlas en negocio.
Ante este escenario volvemos a enfrentar la vieja dicotomía entre partidos y movimientos, pues éstos últimos son en la actualidad mucho más activos, participativos y flexibles que los primeros. Las redes en internet, la movilización temática y la horizontalidad movimientista hace que este sea un espacio mucho más cómodo para la ciudadanía.
De ahí que ha surgido espontáneamente la idea de construir un frente amplio que, como su nombre lo indica, no imponga ningún tipo de condición para participar y posibilite la recuperación del diálogo, la construcción de confianzas y de redes ciudadanas, que desarrolle opinión y movilización en torno a temas de verdadero interés popular y sea un espacio que permita relevar y reposicionar el papel que le cabe a los chilenos comunes en la definición de su propio futuro.
Este frente amplio, recién puesto en escena, que parte de principios compartidos de profundización democrática y efectiva justicia social, busca ser ese espacio de debate al que los partidos han renunciado hace rato. Un debate que no debe ser nunca entendido como traba o problema, sino como la legítima exposición de todos los puntos de vista para alcanzar posturas coincidentes que permitan avanzar.
Un frente amplio inclusivo, que hable desde las regiones y desde la diversidad territorial, cultural y étnica de un país que no puede sólo seguir mirando los equilibrios macroeconómicos como medida de desarrollo.
El desafío está lanzado, ahora es tiempo de socializar, escuchar y de ponerse de acuerdo para tener una voz común de aquellos que hoy no son escuchados. Ojalá la inercia, el consumismo, la precariedad laboral y el control social sobre la base de las deudas nos permitan romper el cerco.
Como decía el gran pensador cubano José Martí, la mejor manera de decir es hacer.