Blog del ciudadano Javier Sánchez

"Lo mejor del mundo es la cantidad de mundos que contiene", E. Galeano

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La hipotermia del sistema

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En estos fríos días invernales la prensa ha dedicado su atención a las 14 personas que en distintas partes del país han fallecido debido a las bajas temperaturas. Se trataba de personas “en situación de calle”, como se usa decir en lugar de asumir sin tanto adorno que se trata de personas muy pobres que se encuentran fuera del sistema económico y de toda protección social.

Lo paradojal es que este drama humano se hace visible casi simultáneamente con la excesivamente promovida y analizada inauguración del mall Costanera Center, supuesto ícono del progreso y del Chile que está ad portas del desarrollo y la modernidad.

Pero ambas situaciones son el reflejo de los dos Chile que siguen conviviendo en nuestro territorio, pero dándose las espaldas. Por un lado ese país que recibe mucho más que los 17 mil dólares per capita, que pasa sus vacaciones en el extranjero y de colegios particulares pagados para sus hijos, y por el otro, ese Chile que sobrevive con el salario mínimo, que recibirá el bono de alimentación (porque no les alcanza) y que envía a sus niños a la escuela municipal más cercana.

Lo lamentable es que la noticia de las muertes por pobreza y frío, la habilitación de albergues por parte del gobierno, el “apoyo” del Ejército ante la incapacidad del sistema público de salud de atender y la necesidad de entregar un bono para que miles de chilenos puedan comprar, aunque sea por una vez, los alimentos básicos que necesitan, se queda sólo en la superficie y no va al fondo de lo que ello representa: la desigualdad que existe y se incrementa cada vez más en nuestro país.

Y pese al bullado crecimiento económico desde el gobierno se sigue evitando avanzar más decididamente hacia un sueldo decente, conformándose con seguir regateando uno mínimo; se elude debatir a fondo la posibilidad de implementar un salario regionalizado que de cuenta de la diversa realidad socioeconómica que evidentemente tiene el país.

Lamentablemente el modelo sociocultural neoliberal de “cada uno se salva como puede” sigue gozando de buena salud y es reforzado constantemente desde el Estado que en lugar de generar relaciones sociales más justas sólo sigue haciendo uso de un arsenal de subsidios que parchan lo que la “mano invisible” del mercado no logra resolver y, peor aún, sigue insistiendo en que es el emprendimiento individual lo que permitirá mejorar la calidad de vida de cada cual.

Ciertamente falta mucho por corregir y por hacer. Entre lo más importante está que el Estado, administrado por el gobierno que sea, deje de aplicar sólo la mecánica extractivista que genera rentas que permiten contener la demanda social y avance hacia un desarrollo económico más integrado, equitativo y sustentable, donde los ganadores no sean sólo quienes cada vez más concentran el capital, sino también quienes viven de su trabajo.

Lamentablemente, el otro componente necesario es la reconstrucción de un tejido social que nos convierta nuevamente en una comunidad, diversa y heterogénea  pero comunidad al fin. Eso implica entregar espacios y poder a la ciudadanía, no sólo para que exprese sus demandas, sino también para que participe de las decisiones, sobre todo a nivel local y regional. Sin embargo, la implementación del voto voluntario puede terminar yendo en la dirección contraria a ese objetivo.

No cabe duda de que este invierno ha sido más frío que otros. Lo bueno es que sabemos que tras un par de meses las heladas irán pasando hasta llegar la primavera. Lo que al parecer por ahora no cambiará es la hipotermia de un sistema que se resiste a la justicia social.

Written by ciudadanojaviersanchez

diciembre 1, 2012 at 16:31

Desarrollo Social: el horizonte permanente

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Ella está en el horizonte.

Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.

¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar

Eduardo Galeano

Por Javier Sánchez

Entre la década de los ’30 y la de los ’60 nuestro país vivió, con todos sus matices, lo que por entonces se conoció como la fase económica de “sustitución de importaciones”, que se centraba en lo que se denominaba el “desarrollo hacia adentro” que combinado con lo que otros denominan “la escuela cepalina” o el “modelo cepaliano”, tenía como principal expresión al menos en nuestro país, un fuerte impulso industrializador y manufacturero.

Sin embargo, pese a tan amplio período lo anterior nunca llegó a cristalizar en un modelo económico y social único o estable, tanto debido al fuerte atraso educacional de parte importante de la población, como a modelos laborales y de explotación, particularmente de la tierra, muy antiguos e ineficientes, basados en la centralidad de la relación patrón-mano de obra poco calificada.

A ello por cierto hay que agregarle el componente político que atravesaba constantemente el debate nacional, expresando las miradas de una sociedad electoralmente dividida en tres tercios y marcada por los ecos de la Guerra Fría, lo que agudizaba con la intervención norteamericana en el continente por un lado, y por el otro por la creciente influencia que ejercían movimientos revolucionarios que impulsaban cambios radicales a las relaciones sociales y productivas existentes.

Más tarde, sin embargo, todo este debate quedó reducido a cero, tras la brutal interrupción democrática y la imposición de un modelo económico ultra liberal, implementado en Chile por los denominados Chicago Boys, cuya fórmula para alcanzar el deseado y esquivo desarrollo era generar todas las condiciones para que la “mano invisible” anunciada por Adam Smith operara libremente, sobre la base de la relación básica entre oferta y demanda.

Hoy, el concepto de desarrollo, presente en todos los programas presidenciales desde los ‘90 a la fecha tiene como parámetros y criterios de medición y de comparación el ingreso per capita, los resultados de la balanza comercial, el valor de nuestras exportaciones, especialmente el cobre, y sobre todo los manidos equilibrios macroeconómicos, la inflación, el precio del dólar y las tasas de interés. Es decir, lo que hoy tenemos es una visión del desarrollo más bien economicista y comercial: somos más desarrollados si vendemos más como país y compramos más como consumidores.

Sin embargo desde hace bastante tiempo, también viene desplegándose una mirada paralela sobre el desarrollo, como entenderlo, promoverlo y medirlo: el denominado Desarrollo a Escala Humana, que tiene como piedra fundacional el libro del mismo nombre publicado en 1986 por Max Neef, Elizalde y Hopenhayn, que proponía la “generación de niveles crecientes de autodependencia y la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología, los procesos globales con los comportamientos locales, de lo personal con lo social, de la planificación con la autonomía y de la sociedad civil con el Estado[1].

Esta visión, que también ha ido mutando y evolucionando a la par que el modelo chileno ha terminado consolidándose como neoliberal, ha acentuando su preocupación por la explotación de los recursos naturales, por la mantención de un modelo exportador con poco valor agregado y baja capacitación, pero sobre todo por la desnaturalización de la cohesión social que un modelo basado en la concentración y en la competencia individual instala. La sociedad ha terminado siendo, como dice Halpern, un espacio donde “los nuevos ciudadanos tienden a agruparse en torno a pequeñas tribus y el consumo es una de las herramientas más poderosas de cohesión colectiva[2].

Sin embargo, lo que hace más compleja la mirada actual sobre el desarrollo existente y el deseable tiene que ver con los contextos y la construcción de imaginarios colectivos que desde la política, la educación y los medios de comunicación buscan reproducirse. Porque aunque la promesa del desarrollo va de la mano con la de mejor calidad de vida y empleo, lo que finalmente termina sucediendo tiene que ver con lo que dice Beck, cuando señala que “el crecimiento económico ya no es más condición necesaria para disminuir la desocupación, sino que por el contrario supone como condición la eliminación de puestos de trabajo. Se trata de un capitalismo sin trabajo…”[3].

Y si ya es grave que aunque la mayoría de la gente homologue y sinonimice desarrollo a crecimiento económico, a empleo y mejor calidad de vida, es mucho más delicado y complejo aún que se fomente un individualismo que siembra la ilusión de que la persona sola puede “autosustentarse” en el mercado, que no necesita de los otros, que no requiere organizarse ni interactuar con sus pares. Este modelo de individuo aislado, que se disfraza de competitivo, emprendedor e innovador olvida intencionalmente que es “al interior de las relaciones sociales donde la vida individual adquiere sentido[4].

Sin embargo, este modelo de desarrollo que aún tenemos, logra ocultar esta archipielaguización de la sociedad detrás de lo que Santa Cruz describe como el proceso de identificación que se ha tratado de construir entre la competitividad económica de Chile en los mercados mundiales y la “confirmación simbólica, que se busca un tanto frenética y estridentemente en el tenis y en el fútbol, de ser un país capaz de pararse de igual a igual frente a cualquier otro[5]. Adicionalmente y para reforzar lo anterior desde una supuesta diferenciación se ha construido un discurso que “instala una visión de chilenidad esencial que permanece inmutable por sobre el tiempo y la historia y que, simbólicamente se encarna en costumbres, bailes, música, vestimentas, etc., que remiten al mundo de la hacienda del Valle Central, concebida como la matriz fundacional. Es el mundo del huaso y la china, de la cueca, el rodeo y la empanada, etc., como expresiones de una chilenidad pura, no contaminada por rasgos culturales universalistas[6].

Es decir que el neoliberalismo se disfraza de nacionalista buscando mantener una unidad ficticia para evitar que sea evidente la erosión que produce al sentido y a la identidad nacional, pues desarrollarse “hacia fuera” significa “externalizarse y dar la espalda a las obras, pensamientos, culturas y fuerzas que constituyeron los pilares fundamentales de las naciones modernas, significa especialmente abandonar los esfuerzos de inclusión y progreso que se anidaron en su seno en los siglos XIX y XX. Significa, en el fondo, apostar a dejar la periferia para entrar al imperio sin rostro propio ni soberanía. La lógica neoliberal deja a los países sin alma ni nación[7].

De esta forma lo que tenemos entonces es una compleja trama de elementos y factores que no siguen situando en la indefinición de lo que entendemos colectivamente como desarrollo, pues lo que tenemos es un modelo dominante con miradas y discursos disidentes que no logran articularse y deben seguir aceptando el sometimiento a la dictadura de las cifras y los equilibrios macroeconómicos, por sobre un desarrollo integral, integrador, por sobre todo a partir de las amplias necesidades humanas y no sólo de la definición de un modelo productivo o comercial.

¿Cómo afecta esta situación a quienes nos situamos frente a este escenario desde la vereda de las minorías, de la mirada alternativa, con el énfasis en las personas y no en las cosas, en el ser y no en el tener? ¿Qué podemos hacer quienes seguimos creyendo que es posible una alternativa a este capitalismo que hoy enfrentamos y que frente a la dictadura de la falta de ideas que anida en los sectores tradicionalmente contestatarios desde la contracultura hoy favorece la “creencia errónea de que lo mejor que podemos esperar es un matrimonio entre la flexibilidad económica al estilo estadounidense y la protección social al estilo europeo, dentro del reducido espectro reopciones institucionales disponibles hoy en el mundo[8]?

La respuesta no es para nada fácil, sin embargo se puede decir que siguiendo con el análisis de Mangabeira que la fórmula no va por el lado de volver a un estándar “bastardeado” de realismo que es la cercanía a lo existente, pues “según este estándar, una propuesta (de cambio) es realista en tanto permanece cercana a la manera en que la sociedad está organizada hoy[9], cuando lo que hay que hacer, para empezar, es seguir rebelándose contra ese destino.

Esto es algo que muchas veces debemos enfrentar desde nuestro trabajo cuando sentimos que estamos siendo funcionales a la reproducción de un modelo que no nos gusta y que empieza a absorber a nuestros hijos y a nuestras familias. Esto es lo que potencia sin duda una parte de la explicación de la violencia social creciente debido a la incapacidad de canalizar esa frustración que nace de la impotencia individual y colectiva de ver como ese desarrollo que “todos” generamos, nos excluye y nos margina de sus beneficios, que se expresan de manera diferenciada en los ingresos y en las posibilidades reales de acceso a educación, salud, vivienda y consumo. Un desarrollo que para algunos es sólo la posibilidad de esperar el anunciado “chorreo” del que venimos escuchando desde Büchi hasta Dittborn[10], y mientras tanto sobrevivir endeudándose y aceptando condiciones de trabajo indecentes.

Peor aún, si seguimos en esta lógica economicista que supone la desigualdad como un factor normal para el “desarrollo”, lo que tenemos entonces es un tipo de desarrollo nacional que olvida su rol en la construcción del país y en el fortalecimiento y profundización de su democracia. Ese desarrollo, para algunos, construido a costa de otros y del propio bien común o el interés nacional olvida que “la democracia es una gestión de las diferencias, realizada a partir de un sentido común acerca de las desigualdades admisibles y las desigualdades insoportables[11].

Ese ciertamente no parece ser el mejor escenario que quisiéramos esperar para un país que no alcanza su tasa de natalidad de recambio y que avanza a pasos agigantados a ser una nación de adultos mayores, pero sobre todo porque se trata de un modelo que va justamente en la dirección opuesta a la de la sustentabilidad que aunque tardía puede ayudar al planeta a sobrellevar y sobrevivir al cambio climático y al calentamiento global al que ese mismo modelo de desarrollo inmediatista lo ha llevado sistemáticamente.

De nada sirven los modelos de protección social o de derechos sociales garantizados si finalmente éstos se traducen sólo en una mejor focalización del Estado subsidiario con el fin de parchar las grietas que el modelo económico, sustentado en este tipo de desarrollo depredador y desigual, buscando contener la demanda social a punta de subsidios y bonos, sin que ello cambie el fondo del problema.

Como dijo Fidel Castro en la Cumbre de Río en 1992: «Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre«[12].


[1][1] Max Neef, M., Elizalde A., Hopenhayn, M.. “Desarrollo a Escala Humana. Una opción para el futuro”. CEPAUR-Fundación Dag Hammarskjöld. Development Dialogue. Número especial 1986.

[2] Halpern, P. “Los nuevos chilenos y la batalla por sus preferencias”. Planeta, 2002, citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[3] Beck, U. “Was zur Wahl steht”. Frankfurt am Main: Suhrkamp, 2005, citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[4] Adorno, T. Sociologische Exkurse. Hamburg: Institut fûr Sozialforschung. 1991. Citado en “La sociedad neoliberal”. Rojas, J.  Revista Sociedad Hoy Nº10, Departamento de Sociología UDEC, 2006.

[5] Santa Cruz, E. “La promesa del desarrollo cercano”. Debate Público Nº4, Centro de Investigaciones Sociales Universidad ARCIS, 2000.

[6] Santa Cruz, E. Op. Cit.

[7] Rojas, J. Op. Cit.

[8] Mangabeira, R. “La alternativa de la izquierda”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.

[9] Mangabeira, R. Op. Cit.

[10] Dittborn, J. “Delincuencia y Chorreo”, en http://blog.latercera.com/blog/jdittborn/entry/delincuencia_y_chorreo

[11] PNUD, Gobierno de Chile. “La globalización exige un nuevo contrato social”. Temas de Desarrollo Sustentable Nº4, 2000.

[12] Castro, F. Conferencia pronunciada en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, efectuada en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de junio de 1992.

El miedo, como siempre

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“Hemos acordado temerle, más que  a la muerte

a esta vida amarga que llevamos”

Bertolt Brecht

El reciente terremoto en Japón y la consecuente evacuación costera en Chile generó un interesante debate en las redes respecto de si las formas adoptadas tanto por el gobierno como por los medios de comunicación eran los adecuadas para informar o si había en ellas una cuota de exageración y de aprovechamiento político.

Hoy tras comprobarse que efectivamente hubo efectos del tsunami japonés en algunas zonas de Chile, que validaron las medidas adoptadas ante la opinión pública, pareciera que el gobierno se anotó algunos puntos a su favor.

Sin embargo, creo que la reflexión y el análisis, más allá de la eficacia de la evacuación, tiene que apuntar a los efectos subjetivos que se generan y se manejan por parte de algunos.

En mi personal opinión, creo que lo vimos en días pasados revitaliza un ya olvidado diagnóstico que compartíamos en la dictadura, acerca de los alcances del miedo como forma de control social.

Para refrendar esa tesis, está el libro “Miedo en Chile”, de Patricia Politzer, quien entrevistó a una docena de personas comunes de diversa opción política y condición social cuyo único punto común terminaba siendo el miedo a algo que le generaban los “otros” o más bien que le generaban esos otros a partir de mensajes e ideas que fueron instaladas durante mucho tiempo en sus cabezas.

También está el informe del PNUD de 1998, publicado diez años después que el libro de Politzer, que en su capítulo quinto analiza el fenómeno del “miedo al otro”, canalizado de forma mayoritaria en la vida urbana como parte del miedo a la “delincuencia”, pero que en los hechos se traducía en un miedo hacia los otros, pero especialmente hacia esos otros distintos, distintos de mi, pero también esos distintos a los prototipos que el modelo promueve, como indígenas y migrantes.

Y entonces uno amplía la mirada y ve que más de una década más tarde ese fenómeno sigue estando presente, y no sólo eso, se ha acentuado y diversificado.

El manejo que hizo el gobierno y que encontró terreno aún más fértil en los medios se canalizó a partir y a través del miedo que todavía generan en la población los efectos del terremoto de febrero de 2010. Lo que hubo tras la evacuación no fue buena organización, ni ciudadanía ordenada y comprensiva: fue el miedo el que hizo que la gente obedeciera y se fuera a los cerros.

La ciudadanía una vez más convertida en perritos de Pavlov.

Porque la fórmula ya está patentada. La dictadura instaló la lógica del enemigo interno para reprimir brutalmente a la oposición de la época y generar el miedo a los bombazos, el “terrorismo”, los “enfrentamientos”, el “caos”, el “comunismo internacional”, el miedo al “totalitarismo”, el miedo a la política y a “volver al pasado”.

Más tarde, la democracia en interminable transición utilizó el miedo a la “regresión autoritaria” para justificar la contención social a las legítimas demandas y sobre todo, para tener coartada para la mantención del modelo económico y la institucionalidad dictatorial.

Hoy, pese a la “consolidación democrática” el miedo sigue siendo una de las vigas maestras de control social. La gente vive atemorizada ante la amenaza constante de perder el empleo y acepta por eso condiciones indignas de trabajo; vive el miedo permanente que le provocan bancos e instituciones financieras por las enormes deudas que se ve obligada a contraer y pagar eternamente; tiene muchas veces miedo de reclamar sus derechos; y tiene miedo del poder cada vez mayor que tienen los más ricos y que desnivelan cualquier posibilidad de igualdad social, política o judicial.

Por cierto existen otros miedos, como caer en Dicom que es casi tan terrible como caer preso. Miedo de no tener plata para la educación de los hijos o, peor todavía, miedo de tener hijos por no ser capaz de cuidarlos o aún más terrible, miedo de tener hijos que no permitan “triunfar” profesional y socialmente en la vida.

La iglesia y los sectores conservadores contribuyen buscando generar el miedo a la sexualidad, al sida, a los métodos anticonceptivos, a los derechos sexuales y reproductivos.

Los medios muchas veces refuerzan a través de sus campañas lo que dicen querer prevenir: los niños temen la violencia de sus padres asfixiados laboral y económicamente; las mujeres todavía temen a esa violencia intrafamiliar que por lo mismo no se denuncia; los viejos acrecientan su miedo al abandono y al abuso de la sociedad o muchas veces de sus propias familias.

Y en la política ese factor tampoco está ausente: se ha patentado el miedo a expresarse, el miedo a reunirse, el miedo a ejercer la soberanía desde los ciudadanos. Pero también, quienes debieran cumplir un rol de mayor liderazgo han terminado teniéndole miedo a la gente y sus demandas, a las organizaciones sociales pero, lo más preocupante, es que han terminado teniéndole miedo a las ideas y al debate.

De hecho, la última elección la ganó Piñera porque ya no resultó la vieja fórmula de agitar el miedo a que la derecha llegara al gobierno.

Esta democracia no sólo restringida, sino también miedosa, quiere contagiarnos individual y colectivamente de sus miedos para que tengamos miedo de soñar, miedo de luchar, miedo de construir colectivamente futuros posibles con esos otros distintos que siguen empeñados en presentarnos como peligrosos y desconfiables.

Por cierto esta democracia quiere que también tengamos miedo de los pueblos vecinos y que vivamos llenos de miedos por los vaivenes de la economía mundial y sus crisis.

Pero se equivocan, porque habemos muchos que los únicos miedos que cargamos son el miedo a no ser capaces de combatir las injusticias, miedo a que nos destruyan el medio ambiente y el planeta, miedo a no ser capaces de al menos luchar por entregarles un mundo un poco más justo, digno, decente y humano a nuestros hijos y nietos.

Se equivocan porque habemos muchos más de lo que piensan, que sólo tenemos miedo de no ser suficientemente dignos y decentes para levantar la voz, junto con otros, cada vez que sea necesario.

Se equivocan, porque no logran percibir que, inevitablemente, en muchos de nosotros, el miedo hace rato que ya comenzó a mutar, transformándose en rabia, molestia, indignación, pero también en libertad y solidaridad, en sueños y proyectos de mañanas distintos.

Es bueno que los de ahora y los de antes lo sepan: no tenemos miedo y estamos trabajando para contagiar a cada vez más gente. Es tiempo de que sean ellos ahora quienes junten miedo.

Written by ciudadanojaviersanchez

marzo 13, 2011 at 17:38