Blog del ciudadano Javier Sánchez

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Teología de la majadería

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«No es posible que Dios ponga en la cabeza de
una persona el pensamiento y que un obispo, que
no es tanto como Dios, prohíba expresarlo».

Leonardo Boff, citando a José Martí,
al renunciar al sacerdocio, en 1992


Parto pidiéndole disculpas a mis amigos católicos que pueden pensar que ya se me está haciendo un hábito escribir contra su iglesia y sus autoridades. Prometo que busqué en la contingencia otros temas para escribir. Pero no hubo caso, nuevamente mi interés, mi opinión y mi rabia (que es uno de los factores que me incita a escribir) se estrellaron contra el documento “Acoger y promover la vida”, emitido el 10 de enero por la Conferencia Episcopal, en una nueva ofensiva contra el gobierno y la Presidenta Bachelet, pero también contra todos quienes integramos la sociedad y que no compartimos su opinión.

El citado documento, aparecido de manera sorpresiva y con una cercanía muy sospechosa con el pronunciamiento del Tribunal Constitucional -que finalmente sólo dijo que la ministra de Salud no podía dictar la norma que permitía la distribución de la píldora del día después a partir de los 14 años- es recurrente en citas y frases que buscan insistir en que cuando las decisiones democráticas no son del gusto de la jerarquía católica entonces “la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la casa común donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano”.

Tiene razón Antonio Cortés Terzi cuando dice que este “celo” de la iglesia católica frente a algunos temas se debe a las “enormes presiones, debido a las desconstrucciones cultural-valóricas que acarrea la modernidad y que afectan directamente al catolicismo en todo el mundo”. Esto, en el caso chileno, se expresa a su resistencia a debatir sobre la “nueva cultura” emergente, porque quizás más que en otros puntos del orbe, y tal como sucede con el empresariado, la derecha y una parte importante de las fuerzas armadas, saben internamente que no están preparados para adaptarse a los cambios culturales que, inevitablemente, ocurren y seguirán ocurriendo.

Por eso, andan viendo debajo de las piedras conspiraciones político-ideológicas ideadas e implementadas por enemigos imaginarios. Siguiendo a Cortés Terzi, esta posición de la iglesia católica es absurda, toda vez que “¿Qué es -y ha sido- la iglesia sino una formidable red universal de competencia y creación de hegemonía cultural? ¿No radica en ello la esencia de su ser terrenal?”.

Por eso molesta que nuevamente esgrima la defensa de los derechos humanos de ayer como el salvoconducto para decir cualquier cosa, y sobre la que no se puede discrepar. Ciertamente la iglesia, una parte importante de ella -no toda- estuvo del lado de los perseguidos y las víctimas, pero su continuo y progresivo acercamiento a las posiciones de la UDI y RN, así como el blanqueo que el propio Cardenal Errázuriz hizo en el funeral del dictador que instauró el terrorismo de Estado como política de control, para imponer un sistema económico que es el que está en la base de la desigualdad que esta misma iglesia dice rechazar, han sobregirado su liderazgo ético y moral. Además, vivir ejerciendo esa suerte de chantaje histórico, ya no se ve bien.

Ciertamente la elección de Ratzinger como jefe máximo del catolicismo ha acentuado este viraje a la derecha que, para ser justos, ya traía de la administración Wojtyla. El problema de Ratzinger, como lo ha señalado el teólogo brasileño Leonardo Boff, “es que no tiene ninguna duda, y los que no tienen dudas no están abiertos al diálogo y tienen dificultad de aprender. No basta con tener convicciones muy seguras y la impresión de tener el monopolio de la verdad, porque eso puede conducir a una actitud fundamentalista. La Iglesia debe entenderse con la humanidad, no debe estar separada de ella, ni arriba de ella, ni como maestra de ella, sino como una discípula”.

Ahora bien, quizás sería bueno aprovechar este nuevo impulso de la iglesia católica para intervenir en la política contingente para “defender la vida”, para aprovechar de sugerirle que haga suya una buena causa y que gracias a los temores que les producen sus propios fantasmas, la derecha ha bloqueado sin justificación en el parlamento: la ratificación de la Corte Penal Internacional. Hasta hoy de los 139 que firmaron el Estatuto de Roma, 100 lo han ratificado, y 39 aún no lo han hecho. Demás está decir que de los 17 Estados de la región, 13 han ratificado o adherido a CPI. Chile, El Salvador, Guatemala y Nicaragua son los únicos países que aún no han finalizado su proceso de ratificación.

La CPI es la primera institución judicial internacional permanente con la capacidad de juzgar a los individuos que cometan genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, cuando las cortes nacionales no puedan o no tengan la voluntad de hacerlo. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que entró en vigor el 1 de julio de 2002, representa uno de los mecanismos más importantes que tiene el mundo para prevenir o reducir drásticamente las muertes y la devastación que causan los conflictos armados. Ciertamente, si la iglesia hace suya esa causa, seguro que convence a los reacios pro-vida de la necesidad de sancionar a los pecadores que matan gente por deporte, como Pinochet.

Aunque a lo mejor Errázuriz y Ratzinger nos recordarían que aunque El Vaticano participa en la ONU bajo la denominación de Santa Sede, es un Estado no miembro de las Naciones Unidas, aunque si goza del estatus privilegiado de “observador permanente”, lo que incluso le da a menudo el derecho al voto en las conferencias del organismo internacional. Eso mismo es lo que ha generado una campaña a nivel mundial para rechazar que se otorguen privilegios propios de un gobierno a una institución que es de hecho una organización religiosa.

Bueno, ciertamente tendremos para rato con esta política agresiva y ultraconservadora de la iglesia católica chilena y sus aliados. Frente a esta cruzada de los nuevos tiempos sólo la fuerza de la ciudadanía, que más allá de sus concepciones filosóficas y religiosas, entiende que las políticas públicas de salud no se hacen desde los púlpitos porque la iglesia y el Estado hace rato que están separados, puede levantarse como el necesario muro de contención. Como dijo Boff cuando debió dejar el sacerdocio frente al hostigamiento de que fue objeto por parte de la jerarquía católica: «No es posible que Dios ponga en la cabeza de una persona el pensamiento y que un obispo, que no es tanto como Dios, prohíba expresarlo». Y para la mayoría de los chilenos, el derecho a tener la opción de usar la píldora del día después, es algo sobre lo que pueden hablar, pensar y decidir por si mismos.

En estos tiempos de auge de las ideologías -de la corrupción, del engaño y del capricho- lo de la iglesia católica es una teología de la majadería.

Written by ciudadanojaviersanchez

diciembre 27, 2008 at 0:43