Archive for marzo 2011
El momento de la diversidad ciudadana
Cuando ya llevamos un año de un gobierno de derecha que gana rápidamente terreno en la desaprobación pública, que se hace especialmente visible en las redes, es necesario reconocer que la oposición dividida aún entre lo que queda de la Concertación y todo el resto del espectro hacia la izquierda y el aparentemente creciente espectro autodefinido como liberal, tampoco ha estado a la altura.
Como ya es tradición los partidos han invertido parte importante de este tiempo en tratar de reorganizarse internamente, viviendo procesos electorales de renovación de directivas y de asumir -en el caso de la Concertación- el shock que significó la salida del gobierno. Sin embargo, quizás ablandados por el terremoto, el rescate de los mineros y la falta de ideas, la oposición concertacionista en especial, ha tendido más al acuerdo que al debate y a la evidenciación de las diferencias con la pomposamente autodefinida “nueva forma de gobernar”.
Por eso no llama la atención que ante esa inercia política sin propuestas y con más colaboracionismo que oposición, los ciudadanos expresen en la vida cotidiana y a través de las redes en internet su molestia con la clase política, especialmente con una oposición incapaz de articular y convocar, entre otras razones, porque se ha empecinado en mantener el mismo esquema político que llevó a la derecha a La Moneda.
Es llamativa la aparente ingenuidad de quienes siguen sosteniendo como “el” camino un eventual retorno de Bachelet antes del 2013 para convertirse en la “única” carta presidencial que pueda derrotar a la derecha en los próximos comicios. Quienes ven esta única “salida” parecen haber olvidado con rapidez lo que pasó con Frei, pese a que es indudable que la derecha no pesa el 51% que obtuvo Piñera.
El problema sigue siendo, que la mayoría de los partidos continúa viendo la política sólo reducida a campañas, encuestas y elecciones, olvidando que una de las claves de la derrota de Frei fue la falta de propuestas creíbles de parte de la Concertación, tras 20 años de administración del modelo, que como suele decirse, señalizaba a la izquierda, pero siempre terminaba doblando a la derecha.
A ello, por cierto, hay que agregar la distancia creciente de los partidos con la gente común, sus intereses y problemas que se sigue manteniendo y profundizando.
Los partidos, en general, han hecho una lectura errónea, y han asumido que para parecer una “oposición constructiva”, al más puro estilo de Boeninger y Viera-Gallo, había que llegar a acuerdos y protocolos con la derecha, tanto o más que cuando gobernaba la Concertación. Ahí están los triunfos finalmente anotados para el actual gobierno en materia de royalty, educación y presupuesto, sólo por citar algunos casos.
Y peor aún, los partidos mantienen intacta su visión de claustro, que había involucionado desde fines de los 80 hasta ahora, y que se traduce en creer que la mejor forma de sobrevivir es rigidizar aún más sus ya añejas estructuras y disciplinas partidarias, al parecer sin percibir que lo que la gente demanda es amplitud, unidad, y sobre todo pluralidad y diversidad para ejercer una oposición verdadera y para reintentar nuevos caminos, no para repetir lo que se rechazó en las elecciones presidenciales pasadas.
Los más “visionarios” asumen esta diversidad como la posibilidad de llegar a acuerdos electorales entre distintos partidos, bloques o sectores para enfrentar las próximas elecciones municipales y las siguientes presidenciales, con la extraña idea de que un “éxito” en esta materia se traducirá en la vuelta de la Concertación, tal cual lo conocimos y la conocemos, a La Moneda.
Claramente la gente está lejos de compartir esa visión tan autoreferente.
Lo que se requiere es romper con este empecinamiento en hacer exactamente lo contrario de lo que los ciudadanos perciben como necesario, manteniendo intacta la mirada paternalista y despectiva hacia la sabiduría y voluntad popular. Al parecer, la influencia de operadores electorales y tecnócratas, además de los intereses que muchos opositores tienen hace rato en el modelo económico que se critica de la boca hacia fuera, sigue gozando de buena salud.
El 2011 debiera ser un año clave para tratar de torcer esta suerte de destino inevitable que se busca imponer y hacer creer a la sociedad chilena. Aún es posible y absolutamente necesario hacer los cambios que permitan que Chile avance hacia condiciones políticas e institucionales efectivamente democráticas y hacia condiciones económicas y sociales verdaderamente más justas y no sólo un poco más “humanizadas” con algunas generosas concesiones redistributivas y transferencias asistencialistas.
La historia de Chile, la real, no la que se enseña en los libros oficiales, se ha construido sobre la base de la diversidad que somos: diversidad regional, cultural, religiosa, étnica, social y territorial que permite asumir que no es lo mismo vivir en Arica que en Magallanes o en Talca, pero que pese a eso, podemos construir juntos el país que todos necesitamos.
Requerimos que esa lógica de respeto a la diversidad y la diferencia se instale en la política opositora. Porque la mayoría de los chilenos es y se siente parte de esa diversidad, distinta de la homogeneidad religiosa, económica y educacional que algunos fuerzan en sus ghettos físicos, mentales e ideológicos.
El punto hoy no es si estamos un poco más al centro o más a la izquierda, porque no siquiera tenemos un programa de futuro que discutir hoy. No importa si estamos más o menos de acuerdo con el aborto o el matrimonio entre parejas del mismo sexo: para hacer una verdadera y fructífera oposición a la derecha y la consolidación de su modelo, tras las dos décadas de legitimación concertacionista, no requerimos de debates “valóricos” como les gusta a algunos decir.
Lo que necesitamos para no tener gobiernos de derecha por un largo rato, es unidad de acción y, sobre todo, escuchar mucho a la gente, porque el tiempo de los partidos está quedando atrás. Hoy es tiempo de construir juntos desde nuestras diferencias, es el momento de la diversidad ciudadana.
Recuperar Chile, el agua y sus riquezas
Acabo de volver de unas breves vacaciones en el norte del país. El día de mi partida escuchaba a Tomás Mosciatti hacer un comentario editorial que, para variar, me pareció muy asertivo: decía él que se había instalado nuevamente el discurso de la crisis del agua, del fantasma de la sequía y el racionamiento eléctrico, haciendo llamados a la responsabilidad de los ciudadanos para evitar la consecuente debacle energética. ¿Pero, qué se decía acerca de muchas de las causas permanentes de esta potencial crisis?: nada. Con razón decía Mosciatti que sólo se escuchaban apelaciones a las personas, pero nunca se decía nada sobre quienes son los que consumen más agua y energía, como las empresas mineras, ni tampoco sobre los efectos nefastos sobre los acuíferos que generan la expansión constante de las forestales con sus plantaciones de pinos y eucaliptos.
Y ciertamente el comentarista tenía razón. En materia energética, y no sólo en el actual gobierno, se ha hecho una clara opción pro empresarial. Golborne dijo con todas sus letras que no le podían pedir esfuerzos a las empresas porque ellas ocupaban la energía que necesitaban para producir y generar empleo. ¿Sabrán nuestros hombres y mujeres de Estado que hay otros países como Estados Unidos y Japón donde se utilizan incentivos hacia las empresas, consumidoras y generadoras, para que hagan un manejo eficiente de la energía, que busca abastecer la demanda sin necesidad de desatar infinitamente la oferta?.
De hecho, incluso existe el concepto de Negawatt, acuñado por el científico norteamericano Amory Lovins, que apunta a establecer una mirada más racional y sustentable que la simple y brutal aplicación de las leyes del mercado.
En Chile, por el contrario se ha optado, aún sin tener una política energética clara, por llenar el territorio de centrales termoeléctricas, a carbón y pet coke, para satisfacer futuras (ni siquiera inmediatas) demandas eléctricas de proyectos mineros en su mayoría. A ello se agregó hace rato la decisión cada vez menos disimulada de injertar la energía nuclear y, por cierto, la de violentar nuestra Patagonia aprobando contra toda razón el proyecto Hidroaysén.
Por cierto, se siguen desoyendo los llamados y propuestas a promover el uso de energías renovables no convencionales, como la eólica, la solar y la mareomotriz, porque el lobby ya instalado en Chile, en los gobiernos, los partidos y parlamentarios, brega con mayor fuerza por nuclear, termoeléctrica y grandes represas. De hecho, aunque en materia de energía mareomotriz, un estudio realizado por una consultora británica permitió al representante del BID sostener que Chile era “la Arabia Saudita de la energía mareomotriz”, no hay atisbos de la menor decisión inicial en esa dirección.
En todo caso, mi reciente viaje al norte me dejó clara la impresionante posición dominante que las empresas mineras ocupan en nuestro territorio, ese mismo territorio al que se niegan a aportar con un royalty verdadero, que en otras partes pagan con creces, y que debiera servir para generar capacidades regionales para cuando los yacimientos se cierren.
El sector de La Negra, antes de bajar a Antofagasta es una muestra visible de ello. Hace dos décadas allí sólo existía la empresa cementera Inacesa. Hoy hay decenas de instalaciones, galpones y plantas de empresas de los más variados rubros, todos ellos cercanos o ligados a la gran minería. La carretera está verde por los residuos particulados que abundan en el área y gran parte del flujo vehicular en la zona corresponde a camiones y camionetas de las mineras. También es común ver esas largas y forzadas caravanas que genera el traslado de grandes piezas de vehículos, máquinas o herramientas, con escolta policial (a costo de todos los chilenos) que hacen gastar combustible y perder valioso tiempo a quienes viajan por tierra, sin que eso le importe demasiado a nadie.
Demás está decir, que llama la atención y uno se pregunta como es que hacen esas empresas para adueñarse de grandes extensiones del desierto chileno que, según entiendo, están en manos de Bienes Nacionales.
También uno logra ver el diseño de quienes están casados con la tesis de la inevitabilidad nuclear que, tal como se ha venido advirtiendo por años, terminarán en algún momento depositando sus residuos tóxicos y peligrosos en el desierto de Atacama, lo que sumado a “grandes iniciativas” privadas como el rally Dakar, terminarán convirtiéndolo en una mezcla entre pista de carreras y vertedero radioactivo, bajo la citadina y falsa premisa de que allí “no hay nada”, sin que importen comunidades indígenas, ni la historia, ni las riquezas arqueológicas. De hecho, lo único que les importa es adueñarse de las reservas de agua que existen en napas subterráneas.
En otro ejemplo, en San Pedro de Atacama es posible ver como se han ido instalando las mineras: La Escondida por ejemplo tiene una Oficina de Asuntos Indígenas, que obviamente busca apoyar aquellos temas en que la institucionalidad pública es insuficiente, y Soquimich tiene un campamento en Toconao, incluyendo un equipo de emergencia que acude permanentemente a colaborar en emergencias de todo tipo ocurridas fuera de su empresa.
Está clara la política de falsa RSE que desarrollan las empresas generando puestos de trabajo, ofreciendo sueldos y bonos muy por sobre la media de los chilenos, generando expectativas que dividen a los trabajadores entre los que trabajan para la minería y los que no, con los costos de precios, arriendos y nivel de vida correspondientes, generando un consumo exagerado en los primeros, blindando socialmente con ello la negativa permanente de dichas empresas a pagar el royalty que hace tiempo debieran estar pagando y que hoy, gracias a este gobierno y los de la Concertación, un apoyo legislativo transversal y el increíble invento de la invariabilidad, no hacen.
El tema energético seguirá instalándose con fuerza en el debate público porque está lejos de resolverse la forma en que el Estado lo enfrentará, con la presión de intereses de otros países como el de EEUU en Campiche y el de Francia y Rusia en la industria nuclear siempre presente, con la gente manejando apenas información suficiente para entender por qué le racionan el consumo eléctrico o le suben las cuentas, pero sin buscar, de verdad, alternativas viables, limpias y que no afecten la vida de cientos de comunidades, como hasta hoy ocurre.
Hay que evitar que mineras y forestales, así como la industria pesquera y otras se apropien no sólo de nuestros recursos, sino que también decidan el tipo de futuro que tendremos como sociedad. Hay que recuperar Chile y sus riquezas para los chilenos.