Blog del ciudadano Javier Sánchez

"Lo mejor del mundo es la cantidad de mundos que contiene", E. Galeano

Archive for febrero 1st, 2009

El silencio de los yaganes

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Hace poco más de un año atrás, el 13 de octubre del año pasado, en medio de las abundantes noticias sobre crímenes y las entonces cercanas elecciones, pasó absolutamente inadvertida para la mayoría del país la muerte, a los 84 años, en la Isla Navarino, de Emelinda Acuña, la penúltima persona con descendencia yagana directa de nuestro país.

Lamentablemente, y para hacer más triste esta muerte, Emelinda no alcanzó a recibir la distinción que la reconocía como Ciudadana Ilustre de Magallanes, en un acto que se realizó el 21 de octubre de 2005, donde si recibió el reconocimiento Cristina Calderón, su cuñada, que a los 77 años es ahora la única descendiente yagana directa, y que aún sigue confeccionando la artesanía tradicional de su casi extinto pueblo.

Según relataron las ocho hijas de Emelinda Acuña, ésta nunca dejó de narrar, con orgullo sus vivencias de tiempos lejanos en que andaba siempre descalza, buceaba para capturar la centolla y extraer mariscos. Ya entrada en años, dedicó su atención a enseñar la confección de canastos de junco, donde antaño sus antepasados almacenaban los productos comestibles obtenidos en la zona.

La muerte de esta mujer, que fue enterrada en el cementerio municipal de Puerto Williams, frente al Canal Beagle, no sólo debiera significar un dolor y una tristeza para su familia y seres queridos, sino que debiera traducirse en una pérdida para todos los chilenos, porque con su partida no sólo se produce la desaparición física de una integrante de uno de nuestros pueblos originarios: con ella también parte su cultura, su cosmovisión del mundo y, por cierto, su lengua.

Quizás en esta filosofía postmoderna que utiliza como coartada la globalización esta austral partida no tenga la mayor importancia. Sin embargo, a quienes nos preocupa que cada año desaparezcan entre 20 y 30 lenguas en el mundo y que, de acuerdo a la UNESCO, más del cincuenta por ciento de las 6.000 lenguas que aún sobreviven en el mundo estén en riesgo de extinción, esta muerte es el preludio de la desaparición de la lengua de un pueblo de rica cultura como la de los yaganes.

A fines del siglo XIX, cuando empezaron a ser “estudiados” por misiones científicas extranjeras, la población total de yaganes alcanzaba a 3.000 personas. Ya a mediados del siglo XX, la población total había disminuido a 63 individuos, con sólo 19 aborígenes puros. Se estima que su origen se remontaría a 13.000 años atrás, es decir, fueron de los primeros hombres que poblaron el cono sur y, sin embargo, contemplamos sin inmutarnos como desaparece una parte importante de nuestra historia.

En ese marco resulta cada vez más inexplicable el comportamiento racista y sistemático de los parlamentarios de derecha, esa que en época de elecciones quiere vestirse de moderna, quienes han trabado el reconocimiento constitucional a los pueblos originarios, bajo el añejo argumento fascista de que somos un solo pueblo (una sola raza dicen los más recalcitrantes), desconociendo la historia real de nuestros orígenes.

Lamentablemente mientras este estado de cosas siga manteniendo este marco de injusticia con los pueblos indígenas, y mientras los medios de comunicación siguen creando estereotipos y prejuicios sobre ellos, muchos chilenos descendientes de ancestros indígenas mapuches, aymaras, atacameños o pascuenses seguirán concurriendo hasta el Registro Civil para cambiar sus nombres y apellidos, de manera que éstos no constituyan trabas para encontrar empleo o, simplemente, para no ser discriminados.

Mientras esta situación se prolongue indefinidamente en el tiempo nuestros pueblos aborígenes se irán apagando uno a uno, hasta que nuestra cultura ancestral quede en silencio. Un silencio igual que el que guardó Cristina Calderón tras la sepultación de su cuñada Emelinda, respetando la tradición yagán de que cuando uno de los integrantes de su pueblo muere, ya nunca más se habla de él.

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febrero 1, 2009 at 4:13

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No a la biopiratería de nuestros genes

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Al igual que en muchos otros temas, se pretende que Chile es un país moderno en materia de biotecnología. Sin embargo eso, que es discutible, además es cuestionado por el hecho de que somos un país carente de normas que regulen el acceso de nacionales o extranjeros a los recursos genéticos existentes en el país.

El acceso a los recursos genéticos tiene que ver con el uso que se les da a estos materiales, muchos de ellos endémicos. Estos recursos tienen usos alimenticios, medicinales, forrajeros, principios químicos, ornamentales, madereros, y artesanía, entre otros. Lamentablemente, Chile no tiene una ley que regule el acceso a los recursos genéticos. Esto facilita la bioprospección desarrollada por universidades, empresas y laboratorios extranjeros.

Ello permite, por ejemplo, que hoy haya biomateriales nacionales depositados en EEUU que son propiedad norteamericana y no chilena. Un caso concreto es la vinchuca que está patentada en ese país. Asimismo, hay variedades de porotos chilenos que están siendo usados para mejorar otras variedades en Francia y en Norteamérica,

Peor aún, estas delegaciones científicas han obtenido muestras de sangre, cabello y uñas de los pueblos mapuche, huilliche, yagan y kaweskar, como parte del proyecto Human Genome Diversity Project, sin siquiera haber informado a las comunidades sobre los alcances de estos estudios, temiéndose que exista la intención de patentar estos genes.

Científicos canadienses, por su parte, recolectaron en Isla de Pascua un hongo llamado Streptomyces hygroscopicus, del cual se extrajo el compuesto denominado Rapamicina, que evita los rechazos en los pacientes transplantados. La droga Rapamune fue patentada en Canadá sin mediar reparto de beneficios a los chilenos, tal como lo establece el Convenio de la Biodiversidad. Para peor, un ciudadano pascuense transplantado no pudo acceder a la droga por razones económicas.

Los casos suman y siguen: el pepino dulce está siendo utilizado en Israel para crear una nueva fruta, con bajo contenido de azúcar, para diabéticos. La murtilla, endémica de Chile está siendo ‘mejorada’ y patentada en Australia para diversos usos. El Royal Botanic Garden de Edimburgo, tiene una colección de 500 especies chilenas, lo que representa más de un 10% de la flora nativa chilena.

Así no es extraño que existan remedios patentados en diversos países del mundo que tienen su base en materiales genéticos chilenos. También existen patentes sobre plantas nativas chilenas como el avellano, la quinoa, el tomate silvestre y el pepino dulce.

Asimismo, la ausencia de normas hace que el conocimiento tradicional y el uso consuetudinario de los recursos de las comunidades indígenas, también esté en peligro, ya que ni siquiera están protegidas expresamente en la Ley Indígena. De hecho, la Conadi ha reportado que recibe peticiones de acceso a los recursos genéticos de las comunidades indígenas, las que sólo se han negado en base a la ley de Monumentos Nacionales, que permite declarar muchos de esos recursos como patrimonio indígena.

Ojalá no debamos esperar a que ocurran situaciones como la toma de muestras de los integrantes de los pueblos Hagahai de Nueva Guinea, y Guaymi de Panamá, debido a sus células resistentes a la leucemia y que fueron patentadas por el Departamento de Salud de EEUU para actuar, evitando pasar a ser ‘patrimonio’ de empresas como Genset, que tiene más de 36 mil patentes de genes humanos, para tomar conciencia de la paradojal importancia de ser ‘dueños’ de nuestros genes.

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febrero 1, 2009 at 4:01

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Romeo y Julieta vivían en Rocuant

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Cuando en los titulares de las noticias anunciaron la muerte de un joven matrimonio en el Cerro Rocuant de Valparaíso, producto de un incendio, uno esperaba la clásica noticia amarillenta, sensacionalista, donde entrevistan al bombero, a los vecinos y a un carabinero que, casi siempre terminan diciendo que la causa más probable del siniestro es que se haya quedado prendida una vela o una estufa a parafina.

Sin embargo en esta ocasión, y pese a que los noticieros se esforzaron por hacerla aparecer como una noticia o un incendio más, la verdad es que al escuchar el relato de los hechos uno se da cuenta que se estaba hablando de algo distinto a un simple incendio. Sin darse cuenta, los lectores de noticias nos estaban revelando uno de los mejor guardados secretos porteños: Romeo y Julieta vivían en el Cerro Rocuant.

Porque estremece y sensibiliza al extremo escuchar que al darse cuenta que las llamas atacaban su humilde hogar, Manuel González logró rescatar a su pequeña hija Catalina, de apenas tres años de edad, y pese a las advertencias de sus vecinos, amigos y familiares, él entró de nuevo a la casa a buscar a su joven esposa, Carmen, de 22 años, embarazada de nueve meses que aún no salía.

Aunque en muchos diarios se ha querido sostener la tesis de que el hombre quedó atrapado junto a su mujer y no pudieron salir, al escuchar el testimonio doliente de sus familiares queda absolutamente claro que ello no fue así: que Manuel volvió a rescatar a su esposa, porque estaba nuevamente embarazada tras haber tenido una pérdida hace algún tiempo atrás y porque su vida sin ella no tenía sentido.

Cuando Manuel entró en su casa que ardía por todas partes encontró a su joven esposa desmayada, por el calor, el humo, por el embarazo. No pudo tomarla y sacarla. El fuego los rodeó y cerró todas las salidas posibles. El tuvo la posibilidad de salir, pero jamás se habría perdonado abandonar a Carmen con un hijo suyo en el vientre. Debe haber pensado en la soledad de Catalina, que aunque rodeada del cariño de sus familiares, se quedaría sin padres.

El incendio ocurrido en el humilde cerro porteño Rocuant ya no es noticia. Nadie habla acerca de esta historia de amor oculta tras las llamas, en que con su ejemplo, su hombría y su valentía, Manuel nos golpea en la cara para recordarnos, en plena época del apogeo del egoísmo y del individualismo, que nuestra vida también son los otros, los seres queridos, especialmente los que integran nuestra familia.

Seguramente Catalina en algún momento reclamará de la vida por no haber tenido a sus padres, pero con seguridad, también aprenderá a sentirse orgullosa de haber tenido unos padres, que a diferencia de muchos que llenan las páginas de la prensa farandulera, si sabían lo que era quererse, sencilla y verdaderamente, lo que es el compromiso, la entrega desinteresada y el negarse a aceptar que la muerte los separara.

Porque la historia de este drama, desmiente que Romeo y Julieta fueran personajes de una historia inventada por Shakespeare. Mentira, Romeo y Julieta eran porteños, y vivían en San Jorge, en el Cerro Rocuant, bajo los nombres de Carmen y Manuel.

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febrero 1, 2009 at 3:56

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Sociedad de la indiferencia

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A veces pareciera que ya nada puede alterar nuestra capacidad de asombro, que ya hemos visto y escuchado todo, y que nada de lo que ocurra en este país puede llamarnos a la sorpresa. Sin embargo, cada cierto tiempo ocurre algo que nos desmiente y logra estremecernos profundamente. Esta vez se trata de la muerte del pequeño Igor Barraza Salazar, de apenas un año y medio, que fue encontrado tras una semana de estar solo en su casa, con un pedazo de pan en la mano y cuya autopsia diagnosticó muerte por hambre y asfixia.

Las noticias para variar han estado centradas en lo morboso y trágico del hecho, buscando que uno imagine cuanto sufrió el menor antes de fallecer, pero sin ir al tema de fondo. Inicialmente la cosa estaba dirigida a condenar a una madre drogadicta, irresponsable y ausente, hasta que se comprobó que ella había muerto en la calle tras un ataque de epilepsia, lo que había facilitado el abandono del niño. Para variar, cuando se trata de familias pobres, que viven en poblaciones pobres, lo primero que se hace es estigmatizar a los padres, a su entorno e incluso a los propios menores.

Sin embargo, este caso nos obliga a ir un paso más allá en el análisis, por que de lo que aquí se trata ya no es de una madre ausente, sino que de una sociedad ausente, que no se inmuta ante la soledad de un niño, que no se preocupa por tener el más mínimo vínculo con sus vecinos y que como única respuesta sólo dice: “es que el niño siempre lloraba”, “es que siempre lo dejaban solo”, lo que por cierto ni siquiera alcanza para mala excusa. Lo concreto es que en Iquique, al igual que en otras ciudades del país, el individualismo y la desconfianza son las características de muchos de sus barrios.

Si se tratara de una familia con plata se diría que el trabajo de sus padres, que un descuido de la empleada, que una imprudencia de alguien, o que simplemente las circunstancias, un accidente o la mala suerte, posibilitaron la muerte del menor cuando era tan querido por sus familiares, que se sacrificaban trabajando para que a él no le faltara nada. Se diría que la familia sufrirá por siempre y que están desconsolados por la pérdida. Sin embargo como es una madre sola, además de drogadicta, ni siquiera se insinúa una palabra a favor del cariño que le tenía a su pequeño.

Este hecho doloroso y trágico, uno de esos sucesos que a uno le llenan los ojos de lágrimas y el corazón de rabia, debe hacernos reflexionar si o si. Lo sucedido es una muestra concreta y palpable de la desintegración del vínculo entre personas o grupos como herramienta de protección social. En Iquique y en otras ciudades, cuando alguien llega a una casa lo primero que hace es construir una alta reja, que nos aisle de los ladrones, pero también que nos evite tener que hablar y conocer al vecino, que vaya a saber uno quién es y con el cual no tiene por qué establecer una relación.

Seguramente la mamá de Igor había llegado a Iquique, la meca del consumismo, buscando mejores horizontes laborales, por eso estaban solos y no tenían familiares. Seguramente sus sueños eran tener un buen trabajo en la Zofri, tener suficiente dinero para comprarse un auto, ropa, juguetes y comida, y además poder viajar cada cierto tiempo donde estaban sus familiares más cercanos. Como la amistad ni la confianza dan dinero, nunca pensó en hablar con sus vecinos o con las personas que conocía para decirles que era sola y que muchas veces no tenía con quien dejar a su hijo.

En eso está convertido este país: en un lugar donde vive mucha gente, la mayoría de ella sólo preocupada de tener y tener, aunque para ello deba dejar abandonado su hogar y sus seres queridos, que no piensa ni por un instante en la importancia de la vida colectiva, en el barrio o en la sociedad. Ellos son también hijos de la dictadura, hijos del falso mensaje del chorreo y de la competencia a todo nivel, la ley de la selva hecha convivencia social. Ellos son los huérfanos de una democracia coja que aún no logra decirles que para avanzar se requiere el esfuerzo de todos, muchas veces en conjunto.

Esta muerte no sólo es culpa de las drogas o del hambre. La muerte de Igor y de su madre, son un reflejo del Chile que cree que sólo las cifras macroeconómicas son importantes, que la gente sólo es un número y que hay que hacer lo que sea por surgir, tener y consumir. Nuestra sociedad aún está a tiempo de rectificar, pero para ello se requiere un cambio político, cultural y económico que todavía parece muy lejano, y lo peor, que no se si colectivamente estamos dispuestos a asumir.

Written by ciudadanojaviersanchez

febrero 1, 2009 at 3:50

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Abrazos necesarios

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El fin de año parece ser el momento elegido por la mayoría de los chilenos para entregar abrazos. La mayoría de ellos utiliza como excusa o coartada el término de un año y el comienzo de otro. Sin embargo, este momento de abrazar comienza diluirse apenas pasa la medianoche, o en el mejor de los casos cuando se ha terminado de entregar abrazos atrasados a los amigos, los vecinos, los que llegan de visita y a un sinnúmero de personas a las que muchas veces uno no tiene ganas de abrazar pero a las que el protocolo social chilensis nos obliga a atrapar entre nuestros brazos poco convencidos.

Los chilenos claro está no son muy cariñosos, más allá del consabido discurso para autoconvencernos que somos de piel. Además de fomes, grises, desconfiados y pesimistas, cargamos con el estigma de no ser personas naturalmente afectuosas, siendo el argumento del clima el más recurrente a la hora de explicar nuestra distancia con los demás. Por eso, que hace algunos días atrás una mujer joven se instalara en pleno paseo Ahumada en Santiago, entre decenas de vendedores de todo, con un letrero que decía “abrazos gratis”, causó curiosidad y ciertamente llamó la atención.

Esta experiencia, no vino sino a reafirmar que más allá de las diferencias de sexo, edad, condición social o grupo étnico, todas las personas necesitan de un buen abrazo, especialmente cuando es sincero, amistoso y cariñoso. Las imágenes de la televisión sobre esta oferta de abrazos mostraron personas adultas y niños pidiendo ser abrazados. El caso más sensible, fue el de un hombre que al ser abrazado rompió en llanto, explicando luego que necesitaba ese abrazo desde la muerte de un ser querido hace no mucho tiempo atrás.

Ciertamente, cuando vivimos en una sociedad como la nuestra, que pretende ser moderna, cuando en realidad bajo ese concepto acomodaticio sólo se esconde una sociedad consumista, materialista y egoísta, donde lo único que se parece a la felicidad es el dinero; donde persiste y se profundiza el doble estándar especialmente entre quienes declaran adherir a determinadas creencias religiosas en público y en privado hacen exactamente lo contrario; cuando hemos abandonado las artes, las letras y la cultura en beneficio de la farándula, la tontera y el rating, no es raro que las manifestaciones de amistad, aprecio, solidaridad, cariño o amor que pueden manifestarse a través de un abrazo casi sean una especie en extinción de nuestra convivencia.

Este tema nos lleva al libro “Abrázame”, de Kathleen Keating, que luego de más de dos décadas de su primera edición, sigue siendo un referente obligado para quienes si quieren expresar sus sentimientos y emociones, especialmente a través de su propuesta de la “abrazoterapia”, que no es otra cosa que la manifestación de la tesis que sostiene que la estimulación por el contacto es necesaria para nuestro bienestar físico y emocional y como herramienta de salud para aliviar el dolor, la depresión y la ansiedad. Como nos dice Keating “el abrazo es agradable, ahuyenta la soledad, aquieta los miedos, abre la puerta de los sentimientos, fortalece la autoestima, fomenta el altruismo, demora el envejecimiento y nos ayuda a controlar el apetito”.

Cada vez ocurren más hechos que nos cuestionan como sociedad indiferente de lo que pasa con las personas de nuestro entorno. Ahí están las muertes de las escolares que se han quitado la vida por depresión, incomprensión y abandono; los casos de ancianos abandonados a su suerte; los niños que mueren de hambre solos en sus casas o mueren quemados en incendios porque su casa queda con llave cuando sus padres salen a trabajar. Ahí están las “caletas“ bajo los puentes, ahí está la drogadicción y la prostitución infantil. Por eso, cuando alguien se atraviesa en la calle para decir ¿quiere un abrazo?…¡¡es gratis!!, la primera reacción de muchos es el desconcierto y la sorpresa, pues no estamos acostumbrados a esa preocupación de los otros, sólo porque si, sin ningún interés.

Aún cuando la coyuntura del término del año nos obliga a muchos abrazos por compromiso, quizás sea una buena oportunidad para empezar a ver si somos capaces de exteriorizar nuestras penas y alegrías a través de abrazos de los otros: de los buenos, de los necesarios, de los deseados, de los sinceros, de aquellos que le dicen a las otras personas, nuestros seres queridos y nuestros amigos que les queremos, los necesitamos y que nos gusta compartir nuestros proyectos, nuestros sueños y nuestra vida con ellos. Creo que, a lo menos, vale la pena intentarlo. Feliz Año Nuevo, y un gran abrazo.

Written by ciudadanojaviersanchez

febrero 1, 2009 at 3:47

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La felicidad es rentable

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Hace poco se dio a conocer una encuesta aplicada en Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile, denominada “La Felicidad en Sudamérica: Perspectiva Comparada”. De acuerdo a ese estudio los chilenos tienen una felicidad media-baja, donde los factores de más influencia son la familia y el dinero. Son también los más optimistas sobre el futuro y quienes tienen la percepción de que hoy son más felices que en el pasado.

La encuesta mostró que la felicidad no tiene relación con la riqueza o el nivel de desarrollo de un país: el país más rico y el más pobre (Chile y Bolivia) tienen similares grados de felicidad; a la vez que el país más feliz y el menos feliz (Venezuela y Perú) tienen un ingreso similar. Chile es el país donde más pesa el dinero como factor de felicidad; los bolivianos son quienes le dan más importancia a la familia y los peruanos son los que le dan más importancia al amor.

Los sudamericanos son desconfiados, aunque quienes confían en el resto de las personas son más felices que el promedio. Venezolanos y colombianos son ligeramente más confiados que el resto, mientras que bolivianos y ecuatorianos son los más desconfiados. El optimismo es moderado y la felicidad disminuye con la edad en todos ellos excepto en Colombia y Venezuela.

Esto recuerda la experiencia única de Bután, un pequeño estado en medio del Himalaya, que ha convertido el bienestar psicológico de sus habitantes en prioridad nacional y ha creado una variable para medirlo: la Felicidad Interior Bruta, buscando volver a una idea más rica del bienestar que la meramente económica. Entre otras cosas la FIB mide el acceso de las personas a la atención de salud, el tiempo que pueden pasar con la familia y la conservación de los recursos naturales del país. Así, han establecido que al menos el 60% de su territorio sea bosque y han decidido limitar el creciente flujo de turistas, para preservar su modo de vida tradicional.

Esto se contrapone a los indicadores que para medir la riqueza global de un país se fijan más en el número de autos o en los metros construidos que en el estado de ánimo de las personas que viven en él. Por eso, llama la atención lo evasivo de las respuestas ante un ¿cómo estás? que uno le hace a sus amigos. Son pocos los que contestan “¡bien!” y casos aisladísimos los que responden un sincero y convencido “¡muy bien!”. Así está claro que algo falla. Y es raro, porque la economía no para de crecer, el PIB goza de buena salud, pero la gente de la calle parece que no se ha enterado.

Al parecer nos han convencido que tenemos una “economía sana” en la medida que producimos y consumimos de manera creciente. Se mide nuestra riqueza a través de macroindicadores que nos alejan de lo humano, de lo cotidiano, de lo doméstico. John Kenneth Galbraith, profesor emérito de economía de la Universidad de Harvard, en su libro “La economía del fraude inocente” dice: “Las corporaciones han decidido que el éxito social consiste en tener más autos, más televisores, más vestidos, más armamento letal… He aquí la medida del progreso humano. Los efectos negativos -la contaminación, la destrucción del paisaje, la desprotección de la salud pública, la amenaza de acciones militares y la muerte- no cuentan. Cuando se mide el éxito, lo bueno y lo desastroso pueden combinarse”.

Y así es. Hoy damos más importancia a la producción de autos, microondas o dinamita que al arte, la educación, la ternura o al equilibrio en la vida. Ya en 1986 Max Neef y otros autores del “Desarrollo a Escala Humana” nos proponían una nueva matriz de necesidades y sus satisfactores, que consideraran, entre otros, la solidaridad, la salud física y mental, el respeto, la curiosidad, la imaginación, la autonomía, la convicción, la entrega, la rebeldía, la tolerancia, la sensualidad, la pasión, el sexo y el humor,.

En efecto, incluso la ciencia nos dice que la muerte se ensaña con los huérfanos de amor y de felicidad. Está probado que los viudos y los solterones viven menos o se enferman más. Todos aquellos cuya vida transcurre bajo el signo del abatimiento, el estrés y la desilusión, tienen muchas más posibilidades de enfermar e, incluso, de morir antes de tiempo. Así, no sólo la economía tendrá que cambiar su mirada: los doctores, tarde o temprano, más que recetar fórmulas químicas, tendrán que prescribir cariño, compañía, diversión o un viaje. A esta altura está claro que no sólo de pan vive el hombre y que la felicidad también es, económicamente, rentable.

Written by ciudadanojaviersanchez

febrero 1, 2009 at 3:43

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La Inquisición y Jurasic Park

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Es curioso como las cosas coinciden en determinados momentos. Casi simultáneamente era posible leer en los medios de comunicación que el Congreso de Ecuador aprobó un nuevo Código Sanitario que permite el libre acceso a los métodos anticonceptivos y ver en el canal de la National Geografic uno de los capítulos de un extenso reportaje sobre la Inquisición de la Iglesia Católica. Todo esto no llamaría la atención si no fuera por el contexto histérico y paranoico que sigue presente en nuestro país por la eventual entrega de anticonceptivos y de la píldora del día después.

Las noticias de Ecuador, país a quienes los detractores locales del control de la natalidad miran en menos, seguramente por su alto componente de población indígena, nos informaban que su Parlamento, con la modificación introducida a la principal norma sanitaria reconocía como problemas de salud pública la mortalidad materna, el embarazo de adolescentes y el aborto en condiciones de riesgo. Para más horror de nuestros defensores de la moral y la familia esta nueva norma garantiza a hombres y mujeres la posibilidad de decidir, de manera libre, voluntaria y responsable tener o no hijos.

Casi como si esta decisión ecuatoriana fuera una provocación a la imperturbable paciencia de los chilenos para soportar tanta mojigatería y moralina, que casi siempre esconde un doble estándar, esta ley aprobada obliga a las instituciones de salud, públicas y privadas, a atender de manera prioritaria a todas las emergencias obstétricas sin exigencias de compromisos económicos ni trámite administrativo previo. Y, como era de suponer, garantiza el acceso a métodos anticonceptivos, en igualdad de condiciones, sin necesidad de consentimiento de terceras personas y sin la obligación de receta médica para poder adquirirlos.

Curiosamente, las razones tenidas en cuenta para aprobar este cuerpo legal son la prevención del embarazo en adolescentes, el VIH-SIDA y otras afecciones de transmisión sexual, y fomentar asimismo la maternidad y paternidad responsables.

Hasta aquí, este no pasaría de ser un comentario lleno de sana envidia por la posibilidad que se dan otros países de discutir con altura de miras (de hecho en el Congreso ecuatoriano también hay partidos de derecha y socialcristianos) sobre un tema que -se entiende antes de iniciar el debate- está relacionado con una política pública y no con una discusión dogmática sobre principios morales o religiosos, en contraposición al diálogo de sordos en temas de este tipo, debido a la intransigencia de los sectores más conservadores, dentro y fuera de la iglesia católica, dentro y fuera del gobierno.

Este último comentario lo hago a propósito de una noticia publicada hace pocos días atrás en el diario La Nación donde aparece la UDI proponiendo (y diría casi convocando) a crear un frente de credos religiosos, para intervenir en la agenda valórica y enfrentar la “intolerancia y la desorientación del gobierno” (sic) en estas materias, que eufemísticamente llamaron “culturales”. Para contextualizar este arranque de fe y moral gremialista, hay que decir que esta propuesta la hicieron luego de una reunión de cerca de una hora con el cardenal y arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz.

La nota de prensa señala que la directiva UDI y el cardenal aprovecharon este cónclave para analizar no sólo la “amenaza” de la píldora del día después, sino también la posibilidad de la instalación de Sodoma y Gomorra en nuestra pura y casta nación, debido al afán y empecinamiento de algunos herejes por discutir una eventual legislación sobre la situación patrimonial de las parejas homosexuales. Estos hechos revelan -a juicio del partido de Longueira, Dittborn, Melero, Moreira, Cubillos, Cristi y Evelyn- la “crisis valórica” que enfrenta el país a raíz de la arremetida gubernamental en tópicos que rompen con “la matriz cristiana” que, según dijo Hernán Larraín, “guía al 90% de la población”.

Como parte del restante 10% que informó Larraín, esta nueva versión de la campaña del terror a la que nos tiene acostumbrados la derecha frente a casi cualquier tema que no les guste, queriendo convertir a Chile en la capital del “eje del mal” de la moral y la sexualidad, diciendo que estamos frente a una encrucijada ante el “cuestionamiento del rol de los padres y el derecho a la vida” y que la única tabla de salvación que va quedando es levantar un “cortafuegos religioso”, se parece mucho a la Inquisición que la Iglesia Católica implementó en el siglo XVI.

Y aunque la Iglesia Católica ha desplegado su mejor marketing en los últimos siglos para que las nuevas generaciones ni siquiera sepan que la Inquisición se implementó en la época en que los papas ni siquiera eran elegidos y su mayor preocupación no eran los bienes espirituales, sino los materiales, todavía hay espacios donde se puede remontar en la historia y recordar que se ahorcó, mutiló, encerró, torturó, decapitó y quemó (entre otras muchas creativas variantes) a hombres y mujeres por no reconocerle origen divino al papa, por querer inventar máquinas para volar, por hacer misas o decir el padre nuestro en otro idioma que no fuera el latín, y lo más grave, por leer libros de ciencias, de anatomía o de derecho que eran considerados “satánicos”.

Para quienes creíamos que la humanidad había avanzado aunque fuera un poco hacia formas más civilizadas de tolerancia, la verdad es que hemos descubierto con cierta sorpresa y horror que al sur del mundo, esta tierra donde nacimos se está convirtiendo en una especie de “jurasic park” del respeto a la diversidad humana, donde algunos “iluminados“ pretenden que el tiempo no transcurra y, casi lo dicen, se pueda retrotraer el tiempo a la belle epoque de la Inquisición, para eliminar todo aquello que se salga de su cada vez más estrecha visión del mundo y de los seres humanos.

Sin embargo, habría que informarles que por más que intenten controlar a este “10%” de la población que no piensa como ellos, a través del circo televisivo y el consumo de los malls, que la humanidad, y por suerte la mayoría de los jóvenes, van en la dirección contraria: la del respeto a los seres humanos sólo por serlo, incluida por cierto la maravillosa diversidad que tanto les asusta.

Written by ciudadanojaviersanchez

febrero 1, 2009 at 3:39

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